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Si puedes soportarlo, Mallorca es el paraíso», lo dijo una inmensa y pionera Gertrude Stein a la que Palma apenas recuerda con respeto. Durante décadas edificamos un mito y un producto turístico a partir de centenares de personajes relevantes que se enamoraron de otra Mallorca. A quien no acepte la nostalgia le recuerdo una frase atribuida a Llorenç Villalonga: «El presente no existe, es un punto entre la ilusión y la añoranza». Del eminente literato acabo de leer Les Fures y he sentido que Bearn es un mito fruto de unos mallorquines totalmente distintos a sus descendientes. Sin negar ápice de grandeza a tantos de nuestros ilustres escritores y pensadores nacidos en el siglo XIX y XX quiero mencionar una visión extranjera que me está dejando absolutamente fascinado. Internet nos ofrece este libro que fácilmente podrán localizar y consultar The Fortunate Isles: Life and Travel in Majorca, Minorca and Iviza by Boyd (1911). No reconozco lo que se explica y me pregunto qué queda en la actual Mallorca (territorial y socialmente). Ese es tal vez el mérito y objetivo de esta añoranza: entendernos en tiempos de completo desnortamiento. Tengo claro y no lo repetiré quién ha acelerado este proceso de pérdida identitaria transformando erróneamente unos patrones y valores que habían caracterizado la sociedad mallorquina. Evitaré poner ejemplos y les dejo que sean ustedes los que llenen con sus pensamientos esos cambios que nos separan de aquellos lejanos referentes. Las últimas reivindicaciones laborales me llevan a aquella pagesia que trabajaba todo el año de sol a sol, sin descanso, ajena al ocio que se reservaba para días muy concretos y que se celebraba, eso sí, de manera intensa y sentida, como testimonian las fiestas patronales. Lo comprendió muy bien Vidal Alcover cuando regaló al municipio de sa Pobla, claro exponente de ese sacrificio durante el apogeo agrícola, su pregón de las fiestas de Sant Jaume sobre la alegría de vivir. Apogeos erradicados y que no vamos a recuperar. Pueden engañarnos y podemos creerlo, pero ni tan siquiera nosotros, los nostálgicos, queremos volver a aquella sociedad que acabó a mediados de los setenta. Queremos leerlo, queremos soñar, queremos transportarnos, querríamos preguntarlo a nuestros progenitores que ya no están o no nos atrevemos con los que aún nos acompañan para evitarles el dolor de rememorar tiempos mejores. Puede que te engañen y que te digan que aquella Mallorca era asfixiante, primitiva, religiosa, retrograda y sometida a autoridades políticas mucho peores que las de ahora. El moderno lo va a suscribir sin ningún tipo de reparo, mientras que los nostálgicos seguiremos pensando que tanta belleza reflejada en cuadros y textos del pasado no hubieran surgido si la sociedad de antaño fue tan oprimida por la pobreza, la ignorancia u otras circunstancias. De la de ahora no me cabe ninguna duda y nada cambiaremos desde la rabia y las prohibiciones; tan solo si aprendemos de dónde venimos podremos asumir que los paraísos resisten mucho más de lo que creemos.