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Europa arde. La tensión social y las protestas se han sucedido en las últimas semanas en varios países debido a un malestar creciente ante la pérdida de poder adquisitivo. Pero España no, y en Mallorca el único conato de protesta es el ‘No vull pagar’ del párking del aeropuerto de Palma.

En Francia, miles de personas han salido a la calle para mostrar su total oposición a la reforma de las pensiones, que retrasa la edad de jubilación de los 62 años a los 64. En Portugal han protestado los profesores, los trabajadores del transporte público y los médicos, y ha habido movilizaciones generalizadas contra el aumento del coste de la vida y de la vivienda. En Alemania los sindicatos exigen con huelgas aumentos salariales para hacer frente a la inflación. Reino Unido, que desde 2021 ya no forma parte de la Unión Europea, encadena desde hace meses huelgas sectoriales de trabajadores del transporte, de correos, enfermeras, maestros, abogados… piden subidas salariales de acuerdo con la inflación, de dos dígitos. Y fuera de Europa, Israel vive una gran crisis política y social contra la reforma judicial que quiere llevar a cabo el Gobierno de Benjamín Netanyahu y que de momento se ha pausado. Y mientras tanto, en Mallorca discutimos si son mejores las panades llises o dolces.

En España no ha habido protestas. Suben como nunca la cesta de la compra, la hipoteca, el alquiler y cualquier inversión que queramos hacer –reformas, la compra de un vehículo…–. Los pensionistas están más protegidos que el resto y los jóvenes se llevan la peor parte en todas las crisis que encadenamos desde 2008. Los salarios suben menos que la inflación y se pierde poder adquisitivo, pero como mínimo hay trabajo. Y la reforma laboral ha impulsado los contratos indefinidos, aunque la precariedad sigue bien instaurada. Nunca había habido tantos trabajadores pobres.

El invierno no ha sido tan malo como se había previsto. Puede haber inquietud sobre el alto coste de la vida, pero no se ha transformado en movilizaciones organizadas. ¿Por qué? El principal motivo es que las decisiones del Gobierno son compartidas y pactadas con los sindicatos mayoritarios. Es posible que ya no representen el sentir de la población, pero no sabemos dónde estaríamos sin ellos. Otra razón, conectada con la anterior, es el individualismo que caracteriza nuestra época: la gente está enfadada pero solo grita a la tele o hace un tuit. Además, el carácter de los mallorquines es un argumento más. Las cosas no van demasiado bien, pero hace sol y se vive bien en Mallorca. La alta deuda, la patata caliente de las pensiones, la inevitable llegada de la inteligencia artificial, la desconexión de los políticos con la realidad, la crisis climática y los problemas de salud mental… ja ho veurem.