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A este ritmo no llegamos a mayo y qué decir de diciembre. A los guionistas de este año electoral se les ha ido la cabeza con los golpes de efecto esta semana: la comida de los populares con José María Rodríguez; la frase de la candidata, Marga Prohens, sobre las camas elevables en los hoteles; el candidato despistado que es padre por vientre de alquiler y se mete en la lista socialista cuando debiera ser sabido lo que opinan al respecto, su descubrimiento como tal y su dimisión. Todo eso en apenas siete días. Esto parece la primera temporada de Perdidos. Recuerden, aquella serie empezó como una cosa bárbara: un avión que se estrella, una isla desierta con una niebla rara, osos polares, una elevada tasa de supervivencia entre los pasajeros más atractivos del vuelo... El espectador se quedaba atrapado a cada segundo. Internet ardía cuando no había casi internet, ni Twitter estaba casi inventado. ¿Qué pasó? El desencanto crecía a cada nuevo capítulo. Los misterios ni crecían ni se resolvían. Nadie entendía nada. El último capítulo de la última temporada, equivalente en una campaña al viernes previo a la jornada de reflexión, fue un drama. Que si estaban muertos en realidad y del oso polar nada más se supo. Gran decepción, frustración mundial y a J. J. Abrahams ya solo le dejan hacer secuelas para que no se líe. Haría bien el guionista, si existiera tal cosa, del desaguisado de esta semana en tomar nota. Al fin y al cabo, en una serie, una película o una novela está bien cargar de emociones al inicio para enganchar al espectador. Da lo mismo la frustración al final si no se cumplen las expectativas porque el producto está visto. En lo que nos atañe conviene que el elector no llegue demasiado machacado al día D que es el día que tiene que hacer lo que de él se pretende. Es entrar en abril ya casi saturado y mira que no quedan semanas como para perderse.