TW
0

No cabe duda de que la tecnología modifica nuestros hábitos y hasta nuestra forma de vivir. Y si no que se lo pregunten a quienes, esperanzados, montaron videoclubs creyendo que eran negocios de futuro, o a los locutorios, cada vez más escasos con la masificación de los móviles. El problema es que los cambios cada vez se producen más rápido y la obsolescencia no programada nos deja en fuera de juego sin que siquiera nos demos cuenta.

Las consecuencias del desarrollo de la Inteligencia Artificial son difíciles de imaginar. Hasta ahora hemos creado sistemas o robots que se alimentan a sí mismos de datos para facilitar las tareas del ser humano. Pero ¿qué ocurrirá cuando esas máquinas ya no nos necesiten, cuando se autoalimenten a sí mismas y puedan prescindir del ser humano? Es lo que se conoce como singularidad tecnológica que, según muchos expertos, está a la vuelta de la esquina.

En mi profesión como actor pensaba, iluso de mí, que nada tenía que temer de avances como el metaverso, pero la realidad me está demostrando que hasta quienes nos dedicamos a labores artísticas y creativas estamos seriamente amenazados. Hoy ya existen programas capaces de ‘copiar’ nuestra voz o nuestra imagen y utilizarla al margen de nuestra voluntad. Nuestra voz queda registrada cuando grabamos un audiolibro, por ejemplo, y nuestra imagen en cuantas películas o series de tv en las que intervenimos. Hay un programa capaz de modificar nuestra imagen para acoplarla a nuestra voz grabada. Simplemente con eso pueden hacernos decir lo que quieran y utilizarnos a su antojo para fines que desconocemos o que incluso van contra nuestras más firmes convicciones. Esto es ya una realidad. ¿Ilegal? Sí, pero real. Ante eso solo nos queda defendernos jurídicamente, recurrir a los tribunales, pero si algo ha demostrado nuestra sociedad de hoy es que la tecnología siempre va por delante del derecho y que toda ley que se promulgue para defender nuestros derechos siempre llega tarde.

Así pues, nos enfrentamos a dos amenazas frente a las que pocas son las defensas que tenemos: que la tecnología nos convierta en seres obsoletos y que haya quien pueda utilizar esa tecnología para destrozar nuestra imagen o simplemente para defender sus propios intereses. Pero no sólo somos objeto de posibles amenazas a nivel individual, también nuestra propia democracia está siendo amenazada con instrumentos capaces de modificar la opinión pública y con ello nuestros votos. Quizá no nos quede otra que ser los últimos mohicanos. Confiemos en que no.