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Mientras José Hila se hacía fotos montado en atracciones del Ram –anoten tan fausta efeméride–, ARCA hacía pública una nueva tragedia patrimonial en el término de Palma, el derribo de Son Matet, edificio singular de carácter regionalista, espécimen de una arquitectura que antaño salpicaba nuestra bahía y antiguas zonas de veraneo de las clases pudientes, y de la que hoy apenas quedan muestras. El edificio, probablemente obra de Guillem Forteza, carecía por completo de protección municipal.

Imagino que al alcalde le resulta difícil establecer vínculos sentimentales con un pasado con el que no le une absolutamente nada, pero al menos su partido debería dar unas ciertas muestras de sensibilidad, aunque solo fuera para disimular que la misma izquierda que se autoproclama defensora única de nuestra cultura, ha sido en los últimos ocho años cómplice pasiva de su destrucción, por la vía del derribo o de la degradación de edificios únicos, lo que no deja de ser una forma más de acabar con el patrimonio arquitectónico. Decenas de antiguas possessions de Palma languidecen convertidas en vertederos u okupadas por delincuentes de toda ralea, ante la mirada comprensiva de Hila y sus socios.

Lo de Més en esta materia es una muestra del cinismo político más descarado. La izquierda soberanista se ha tragado desde el derribo de Can Bibiloni en 2015, pasando por edificios singulares en el eixample o en el Passeig Mallorca, la antigua casa de Manuel de Falla en Gènova o la de Can Baró en Santa Catalina, hasta llegar a Son Matet. También intentaron hasta la extenuación derribar el monolito obra de Francesc Roca Simó, que se erigió en 1947 para honrar a las víctimas del crucero Baleares y que ya había sido despojado de toda simbología franquista por Aina Calvo. Como era obra ‘de los otros’ no podía tener valor patrimonial alguno, he aquí la lógica de esta izquierda.

Capítulo aparte merece la pasividad de Cort para con edificios que forman parte del propio patrimonio municipal, como Can Serra, en la Plaça Quadrado, que amenaza seriamente ruina, o el antiguo edificio de GESA, en plena fachada marítima, al que en ocho años no han sabido dar un destino acorde a su valor arquitectónico, aunque solo fuera como homenaje a su autor, Josep Ferragut Pou. Parece que Jaime Martínez, candidato popular a la Alcaldía –que no en vano es arquitecto–, sí tiene pensado ese destino, como sede de un museo de arte moderno para Ciutat que complemente nuestra famélica oferta cultural pública. Esperemos que tenga oportunidad de dárselo, aunque vigilaremos que se cumplan las promesas y dejemos de acumular frustraciones.

El Pacte de Cort ha sido una auténtica trituradora patrimonial, contribuyendo a la degradación de Palma como nunca antes había sucedido. Es lo que tiene haber perdido siete años y medio en causas absurdas y colgando banderitas y lazos en el balcón de la Sala en lugar de trabajar para mejorar la ciudad, algo que se quiere remediar a dos meses de las elecciones colapsando con obras menores todos los accesos a Palma para así dar la sensación de que han hecho algo. La película hagiográfica de Hila en estas dos legislaturas debería titularse Nada, nunca, en ninguna parte. De seguro sería acreedora a todos los óscar a la inutilidad.