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No sabría explicar por qué motivos ni en qué circunstancias, pero el otro día se cruzó en mi camino un calendario de 2023 sin estrenar. Un calendario de esos de pared (de hecho estaba colgado en una pared, aunque no podría precisar desde cuándo); un calendario de números grandes y una hoja para cada mes, de esas hojas que vas arrancando cuando terminan los días y luego utilizas para otra cosa. La más típica y tópica, si no tienes a mano una de periódico, es para ponerla debajo la jaula del pájaro (si tienes jaula y pájaro), pero vale igual si ordenas un cajón o los estantes de un armario. Me fijé en el calendario –colgado de una pared, ya he dicho– coincidiendo con el Día de la Poesía y con la primavera asomando por una ventana. Feliz 2023 leí en la primera hoja, la que va antes de la de enero. Pero como el calendario estaba sin estrenar, nadie todavía la había quitado. Me dije eso es pura poesía visual, marzo camino del final y que, desde una pared, te digan feliz año. Poesía visual, bueno, pero también un punto de ironía. Ahí es nada, o mucho, que te deseen feliz 2023 en un año que, desde el primer momento, tenía pocas pintas de traer algo bueno por una serie de circunstancias que ya quedaron anotadas en su momento.    2023 nacía colgado de la última semana de 2022 y sin una secuencia cien por cien lógica al ordenar los días. Hasta mayo (y sólo en mayo y en ningún otro mes) no hay ningún lunes que sea día 1 y primer día de la semana. Así que este año no empezará de verdad hasta mayo, y quizá por eso el calendario está (o estaba al escribir este artículo, aunque no sé si cuando alguien lo lea seguirá ahí pues todo lo relativo al tiempo es circunstancial, incluso que se quede suspendido) todavía sin estrenar y la gente lo mira con total naturalidad, como si nada. Así que feliz año 2023, como insiste una y otra vez ese calendario sin estrenar.