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Paris Hilton es una socialité popularísima desde hace años y no se le conoce más ocupación que la de pinchar discos en algunas discotecas y pasearse por medio mundo gastando a paladas el pastizal de su familia. Ahora, cuando ha superado la barrera de los cuarenta años, se dispone a publicar sus memorias y anda en tareas de promoción soltando miguitas del contenido del libro. Es curioso cómo abraza el papel de víctima para animar las ventas y relata toda clase de abusos sufridos en la infancia. Desde una violación a los quince años –en realidad no recuerda nada– a cierto maltrato en un colegio megapijo en el que estuvo interna cuando sus padres ya no sabían qué hacer con ella. La mujer ha abrazado desde entonces la cruzada contra el abuso infantil institucional y aspira a convertirse en la heroína que no conoció cuando le hizo falta. Y está muy bien, puesto que es un rostro conocido con una fortuna suficiente para hacerse oír.Pero, ay, es tan fácil caer en el discurso huero cuando tus palabras dicen una cosa y tu comportamiento la contraria. La celebrity confiesa en sus memorias que se sometió a un aborto a los veinte años y defiende el derecho de toda mujer a disponer de su cuerpo. Sin embargo, también admite haber votado a Trump, el adalid de la movida antiabortista que barre su país. Ahora, con 42 años, acaba de ser madre: por subrogación. Sometió a una mujer anónima al proceso de fecundación, a un embarazo y un parto para arrebatarle el bebé y convertirla a ella en madre, a cambio de dinero. Eso no le parece un abuso, encuentra la mar de natural que ella abrace a un recién nacido que acaba de parir otra. Concebir, parir y gestar, con todo lo que eso conlleva de miedo, dolor, ilusión.