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El clima político que hoy respiramos lo ha generado un puñado de irresponsables e ignorantes liderados por el Dr. Sánchez. Gente dominada por el odio, el supremacismo, la soberbia, la intolerancia, el sectarismo, el cainismo, el hembrismo como nueva religión pagana. También aplican la ingeniería social, la teoría queer, que reduce la sexualidad y el género a fenómenos sociales y culturales y el movimiento woke o de la cancelación, que censura las opiniones y expresiones artísticas que considera políticamente incorrectas. Sus maneras en las relaciones políticas son más propias de regímenes tercermundistas que de democracias consolidadas.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? La lectura de la Transición que hizo el PSOE de Zapatero fue la de un proceso cerrado en falso: los partidos cedieron al franquismo, que fue el que lideró el cambio de régimen, declinaron reivindicaciones irrenunciables y los franquistas continuaron manteniendo el control económico y los resortes del aparato del Estado con el beneplácito de los partidos de izquierda. Para ZP aquellos acuerdos fueron una traición, por lo tanto había llegado la hora de reconstruir la Justicia Histórica. Lo primero que hizo fue acabar con el mito del consenso, que idealizaba la Transición, considerando que el pacto era una concesión a la derecha heredera del franquismo, sin querer enterarse de que consenso no es unanimidad, y que el pacto es lo que había traído treinta y tres años de derechos, libertades y prosperidad. El proyecto único desapareció.

Tampoco tuvo ningún escrúpulo en culpar al adversario político y, de esta forma ganar unas elecciones que tenían perdidas según todas las encuestas, de un atentado terrorista con casi cien muertos y miles de heridos, como se hizo con el del 11-M, asediando la sede del PP el día de reflexión. Así empezó el derrumbe del sistema del 78 y el comienzo del encanallamiento de la política: sangre por votos. Luego vendrían las leyes de memoria histórica, convertidas en doctrina de Estado, en las que se sometió la Historia a los intereses de la izquierda. La Guerra Civil se ventiló como un relato de buenos y malos, en el que el papel de malo se asignó a la derecha de la que la actual sería heredera, ignorando los crímenes de la izquierda o justificándolos como legítima respuesta a la maldad intrínseca de la derecha.

El Gobierno Frankenstein hizo todo lo contrario de lo que el candidato había prometido en la campaña, en un acto de traición a los españoles. Esa será la mancha por la que pasará a la historia y no por sacar a Franco del Valle de los Caídos. El PSOE amoldó sus valores e ideas a los del equipo que incorporó al timón de los destinos de España y, como este era precisamente el que aglutinaba a sus enemigos, nos ha llevado a la deriva situándonos al borde de uno de esos remolinos que se tragan los barcos en forma de proceso constituyente, que troceará el país como estuvo a punto de hacerlo Pi y Margall en la abortada aventura de la Primera República.

La tolvanera de Sánchez se ha llevado el país por delante: con un Gobierno que alberga en su seno a ministros que se declaran abiertamente contrarios a la OTAN, ha puesto en entredicho la lealtad de España a esta organización; controló con amigos y militantes las instituciones, las entidades públicas y privadas (estas últimas mediante favores económicos), en especial la Justicia, vital para desarrollar su hoja de ruta, a la que se ha acosado, injuriado y desprestigiado; y los medios de comunicación, imprescindibles para manipular las conciencias; ha erosionado a la Corona por ser la clave de bóveda del sistema que pretende cargarse; indultó a los sediciosos, eliminó el delito de sedición y redujo el de malversación, concedió la libertad o semilibertad a los etarras… La lista es interminable y el malestar generado ha aniquilado la confianza en las instituciones.

No he mencionado el asunto económico a propósito, pues este, aun siendo muy grave, no será el mayor problema al que se tendrá que enfrentar el nuevo Gobierno si, por una vez, hacemos caso al lema de campaña de Sánchez y Votamos lo que pensamos (de él).