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Entre los muchos miedos que daba la irrupción de la Inteligencia Artificial estaba el de que, con ella, irrumpiera también, entreverada, la estupidez natural del ser humano, pues, a fin de cuentas, es éste el autor y programador del invento al que traslada lo poco o lo mucho que conoce.

De momento, la Inteligencia Artificial, IA en adelante por abreviar, es poco más que un juguete, o, cuando menos, así se presenta en sus aplicaciones gratuitas de andar por casa. Se sabe que Moreno Bonilla la utilizó para ganar las últimas elecciones andaluzas, pero en plan un poco primitivo, en el de la recolecta masiva, exhaustiva e instantánea de datos sobre sus potenciales votantes, pero son ahora los adolescentes, sobre todo, los que la usan para no tener que desgastarse la imaginación dejando que sea la IA la que se imagine cosas, o para, con una somera lectura de lo que le cuenta sobre cualquier asunto, exhibir erudición en los trabajos y en los exámenes.

De momento, sí, la IA parece ser poco más que un juguete, pero sólo lo parece, pues, como criatura robótica que es, puede que, so capa de liberarnos del trabajo, nos lleve de cabeza al paro. Los actores de doblaje italianos, sin ir más lejos, ya han visto que el juguetito les conduce a la miseria, pues la IA dobla el idioma que sea con una precisión extraordinaria y con un timbre de voz que ya no es tan metálico como los telefónicos de «atención al cliente» de las compañías que no quieren hacernos ningún caso ni emplear a alguien para que nos lo haga, y se han puesto en huelga, acción que pronto habrán de remedar los maravillosos actores de doblaje españoles, y todo el mundo que necesite seguir llevando el pan a casa.

La Inteligencia Artificial como juguete, como tontada para conocer en un segundo, ya masticado, lo que sabe internet sobre las cosas o para ver, pásmense, cómo sería la cara de Badajoz o de Ceuta si tuvieran cara, es, en realidad, un Caballo de Troya, y de momento gratis para los chicos, para que se envicien.