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La cuestión revolotea entre susurros, en pequeños corrillos, entre madres de confianza. Aunque pocas se atrevan a alzar la voz. Entre suspiros, la madre de un niño de 13 meses me confiesa: «Si lo sé, le doy biberón. Pero no me dejaban». En los furores de la maternidad, en esas clases preparto y las reuniones de posparto, siempre hay un porcentaje de recién paridas que no consiguen establecer la lactancia como debería ser. Las comadronas animan y aconsejan, hay grupos de apoyo prolactancia, infinidad de libros y foros de Internet donde se anima a dar el pecho. Y si no funciona, hay infinidad de consejos. Hay que establecer el vínculo sea como sea. Pero si ni aún así marcha la cosa, no pasa nada: la naturaleza es sabia y animará a nuestros pechos a producir más leche. Ya. Y el chiquillo, canino, berrea en la cuna.

A veces, la lactancia no funciona. Aunque parezca antinatural. Aunque haya disposición de la madre. El bebé se queda con hambre, gruñe, vuelve a engancharse al pezón a la hora y media, día y noche. «Es que la lactancia no es fácil». Vamos a ver, es inasumible para nadie, que no es que la madre tenga los nervios sensibles: tiene sueño. Y eso parece un tabú que no se puede decir en las consultas: ya sabías a lo que venías, parecen decirte. Es que no tenéis capacidad de sacrificio. Para dar el pecho hay que valer, han llegado a decir. Al final, entre las ‘fracasadas’ de la lactancia, nos damos un consejo furtivo, que no nos escuche nadie: dale un biberón. Hay amigas que te cuentan que han tenido que plantarse y decir: «Se acabó la lactancia materna». Al final, hasta en eso tan nuestro que es la teta y nuestro hijo no se dignan a escucharnos.