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He aquí un invento sencillito y fácil, muy obvio, que todos los animales conocen desde millones de años antes de que existieran seres humanos. La madriguera, en efecto, y su variante el nido, sin el cual ni siquiera las víboras podrían cobijarse a buen recaudo en sus nidos de víboras. Sencillo, pero había que inventarlo, y en el caso de los humanos, había que complicarlo. Hay un relato de Kafka donde un topo muy meticuloso y obsesivo trabaja incansablemente en la mejora y seguridad de su madriguera, ya de por sí laberíntica, con trampas y escapatorias secretas, y como se trata de un topo intelectual, versado en fortificaciones y estrategias, acaba majareta de tanto complicarla. Cuanto más inaccesible, cómoda y segura es la construcción, mayor la ansiedad del pobre animal. He aquí la epopeya de la vivienda, pues si bien hasta una rata sabe que sin vivienda no se puede vivir, y que la intemperie es siempre mortífera, donde en un principio bastaba un agujero, una grieta, una cueva o un escondrijo de troncos y hojas, pronto se necesitaron fortalezas, castillos, palacios y rascacielos, que naturalmente había que defender. Arquitectos, en definitiva. La madriguera es un instinto, pero la vivienda es cultura, y precisamente en el trecho que media entre ambas cosas, es donde empezó a generarse el problema de la vivienda. Un problema viejísimo que ya sufrían los romanos, y Nerón intentó zanjar de una vez por todas incendiando Roma.

No funcionó. Sólo sirvió para edificar más viviendas, el mayor negocio humano después del saqueo. Porque mientras las criaturas irracionales procuraban hacerse madrigueras aisladas, los humanos racionales, desde los primeros prototipos del invento, se empeñaron en amontonarlas, a veces por economía y a veces por su notable tendencia al hacinamiento. Y porque los dueños de las madrigueras, a diferencia del resto de criaturas, no tienen que vivir en ellas, sólo cobrar el alquiler o la hipoteca. Total, que como todos los grandes inventos de la humanidad, el de la madriguera se ha complicado mucho. Tiene sus pros y sus contras, y de ahí lo que le cuesta al Gobierno habilitar una Ley de Vivienda. Más trastornos que al topo neurótico de Kafka.