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La barca de Pedro es una nave difícil de pilotar. A los que no son católicos Roma no para de decepcionarlos porque no acepta el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. La palabra matrimonio, al menos en castellano, deriva del latín mater matris, madre, aquella que ha tenido hijos y dos personas del mismo sexo no pueden engendrar hijos, luego el matrimonio no está hecho para esa clase de uniones porque es una institución encaminada a la gestación, crianza y protección de esos hijos. Cuando el Derecho Civil ni siquiera se toma la molestia de buscar un nombre a una figura jurídica que otorga derechos a la asociación de hombre y hombre, o de mujer y mujer, para cuidar de unas criaturas que no pueden ser hijas de ambos, bueno, entonces algo muy grave le está pasando a la mente humana pues los animales sí que saben que para tener crías necesitan la maravilla de ese otro u otra que los complete. Ese principio elemental, entre los no católicos se transforma en ‘prejuicio' que al homosexual, lo discrimina y condena porque la Iglesia no solo no llama matrimonio a esa conducta sino que la llama pecado. Bueno, en Derecho a secas, o en Derecho Penal, Concepción Arenal ya en el S. XIX acuñó el principio «odia el delito y compadece al delincuente» y la realización física de esa tendencia es dañina para las partes. A todos nos gustan cosas que nos hacen daño: beber, fumar, comer mucho, las peleas, los excesos de todo tipo hacen daño. Y porque la Iglesia los llama así, excesos, es atacada. Sin embargo existe otra cosa. Se llama amor. No se ve, pero existe. Todos amamos a otros. Es la tarea de la barca de Pedro preservar ese amor.