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Llevamos meses trajinando noticias –a cuál más deprimente y preocupante– sobre la ocupación vandálica de la antigua sucursal de La Caixa en la calle San Fernando; un local estupendo en una zona antaño dinámica. Hoy los operarios proceden a limpiar el lugar seguramente para ponerlo a la venta. El mismo destino les espera a cientos –quizá miles– de propiedades similares. La banca ha llevado a cabo su propio via crucis desde la debacle de 2008 y ha desmantelado oficinas y plantilla hasta quedarse en los huesos, depositando toda su confianza –y su negocio– en las máquinas y en las habilidades on line de los clientes. Pero esa es otra triste historia. La que hoy nos ocupa es la de una sucursal que hace unos años ofrecía un servicio a los vecinos y hoy no es más que un fantasma. Igual que tantos otros locales de este barrio y de otros que daban vida, movimiento, dividendos y alegría a las calles que no pertenecen al centro turístico de la ciudad.

Este es el via crucis de Palma, una progresiva decadencia de las barriadas, donde el comercio cierra puertas a medida que deja de ser rentable o que sus responsables alcanzan la edad de jubilación. No hay relevo. Tras la despedida solo queda el cartel de ‘se vende’ o ‘se alquila’, que languidece durante años y acaba por borrarse a la espera de un nuevo emprendedor que nunca llega. La vida de la mayor parte de los barrios de Palma se ha quedado en residencial, con algunos bares de medio pelo para pasar el rato mirando el fútbol, tomando un café o echando la partida. Cuando esa generación desaparezca, no habrá más que locales muertos y calles apagadas. Ojalá me equivoque y la sucursal más mediática de la ciudad tenga otra oportunidad.