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Andan a la greña los dirigentes de Ciudadanos (Inés Arrimadas, Edmundo Bal) en disputa por el liderazgo y malbaratando la imagen, camino del recuerdo, de un partido que fue la gran esperanza de muchos españoles críticos con los excesos del bipartidismo que imperó en España desde los tiempos de la Transición. Ciudadanos se extingue a causa de los errores cometidos por sus líderes: Albert Rivera, que no supo evitar el mal de altura, y Arrimadas, que no se dio cuenta de que donde los españoles la querían ver era en Cataluña defendiendo la Constitución. Pudo haber sido la bisagra de centro que habría evitado el volantazo de Pedro Sánchez hacia Podemos y demás fuerzas populistas y separatistas.

Ahora, las encuestas -todas las encuestas- señalan que en las próximas elecciones Ciudadanos quedará fuera del Parlamento y similar suerte correrá en ayuntamientos y comunidades autónomas. En vísperas de ese escenario de desaparición que está instalando en la melancolía a muchos de quienes fueron sus seguidores y votantes resulta que la actual dirección comparece a la greña disputándose los restos del naufragio. Es un espectáculo penoso.

La experiencia nos enseña que la vida es lo que sucede mientras hacemos planes y lo que está sucediendo, mientras Arrimadas y Bal hacen planes, es que el barco de Ciudadanos está a punto de naufragar. Ante ese horizonte lo más sensato sería que ahora que estamos entrando en año de elecciones intentaran llegar a algún tipo de acuerdo con el Partido Popular que, bajo la dirección de Alberto Núñez Feijóo, parece que estaría dispuesto a tenderles la mano. Sería una forma digna de desvanecerse ahorrando a sus antiguos votantes el triste espectáculo cainita en el que se han embarcado disputando la titularidad de un edificio que amenaza ruina. Nos dejó dicho Petrarca que: «un bel morir tutta una vita onora».