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Son malos tiempos para las bellas artes, pero no por defecto sino por exceso. Hay arte por todas partes, en cada esquina, jardincillo o rotonda; en la televisión, en internet y en los teléfonos móviles. Algunas ciudades son todas ellas un monumento histórico artístico, un bien de interés cultural, y como por otra parte su número no deja de aumentar, y a las seis artes clásicas (música, arquitectura, danza, pintura, escultura, literatura), además del cine y la fotografía, no han dejado de añadirse otras, estamos de arte hasta en la sopa. Hasta en la sopa precisamente, porque ya nadie discute que a las artes visuales y auditivas hay que añadir las gustativas, las odoríferas y las táctiles (pleno de los cinco sentidos), como prueba que los cocineros sean actualmente los artistas más famosos, seguidos de cerca por perfumistas y modistos, a los que vemos en los desfiles toqueteando sin parar a las modelos, y dando tironcitos a la ropa para ajustar las texturas. Según dónde no puedes dar un paso sin pisar una obra de arte, hasta freír un huevo es artístico, y como la cantidad es enemiga de la belleza (cómo va a ser bello algo con lo que tropiezas por doquier), de ahí que estos sean malos tiempos para las bellas artes. En cambio, son excelentes para las malas artes, vulgarmente llamadas juego sucio. Las malas artes canónicas son cinco (victimismo, trampas, engaño, calumnia, idiotez), a las que los estudiosos añaden algunas de las bellas artes (literatura, cine, arquitectura), que pueden utilizarse con muy mala intención. El victimismo es la mayor de las malas artes, y cualquier poder se caracteriza porque hasta cuando dice una verdad, también miente. Hay artistas de la calumnia (no señalaremos) que tras acusar a los rivales de equis, y hundirlos, luego se jactan de promover esa misma equis. Seguro que ya se han dado cuenta por los telediarios, esas galerías de arte. Asimismo destaca entre las malas artes el talento de propalar idioteces (aquí ayuda la literatura), y expandir así la necedad subyacente con fines lucrativos. Yo abogaría por la creación de espacios sin arte, ni bello ni feo, para descansar los cinco sentidos y la mente. Demasiado arte es lo que hay.