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Los grandes cambios se producen en largos periodos de tiempo, pero observo un par de ellos que en, menos de dos lustros, se han asentado entre nosotros, sin que llamen demasiado la atención. Uno de ellos fue la concienciación –durante la crisis económica que nos sacudió, siendo presidente José Luis Rodriguez Zapatero– del absentismo laboral que provocaban los puentes. Hubo reuniones con empresarios y sindicatos, y se llegó al acuerdo con el Ministerio de Trabajo de que, a partir de una fecha que no recuerdo, los puentes quedarían suprimidos, y el festivo se retrasaría o se adelantaría al sábado y domingo más próximos. Mi gremio, que es muy ingenuo –me refiero al gremio periodístico– acogió con elogios el anuncio de la medida, quizás porque en los medios, como en los bares y cafeterías, estamos acostumbrados a trabajar más cuando más fiestas se celebran.

Pues bien, con la deuda de España bastante más alta que cuando gobernaba Zapatero, hemos despedido 2022, y hemos recibido 2023, llevando a cabo exactamente lo contrario de lo que se anunció hace unos diez años: el día 26 fue festivo, porque el 25 cayó en domingo, y este lunes también en algunos territorios fue festivo, porque el día 1 tocaba en domingo. Que ni la deuda, ni la pandemia, ni la inflación nos vayan a arrebatar los puentes.

Otro cambio, también absolutamente revolucionario, ha sido nuestra actitud con la guerra. Durante la guerra con Irak, CCOO, UGT, PSOE, y diferentes partidos de la izquierda convocaron y participaron en manifestaciones contra esa guerra. La brutal invasión de Putin sobre Ucrania, no ha movilizado ni a CCOO, ni a UGT, ni al PSOE, ni a los diferentes partidos de la izquierda. No vamos a pensar que sólo sean guerras malas aquellas en las que interviene la democracia de Estados Unidos. Sería miserable. Mejor pensar que estamos ante grandes cambios.