TW
1

Cómo resumir en un titular lo que ha ocurrido en este año tremendo, en el que tantos adioses hay que contabilizar? Se me ocurre que hablar del año de Serrat sería quizá apropiado. El cantautor que amparó los guateques de muchos hoy veteranos ha culminado una larga despedida emocionando también a muchos jóvenes que casi no sabrán quién fue, por ejemplo, Felipe González, pero sí conocen perfectamente el repertorio de canciones del noi del Poble Sec. Y con el autor de tanta música que acompañó nuestras vidas se jubilan definitivamente otras muchas cosas: tengo para mí que con este 2022 queda definitivamente enterrado aquello que un día se llamó el ‘espíritu del 78’, el año aquel en el que se aprobó la Constitución y primaron el consenso y la cooperación sobre la confrontación y la mala uva. Ah, qué tiempos aquellos... Obligarse a reflejar lo que ha sido 2022 en los estrechos límites de un comentario periodístico parecería, en principio, una labor casi imposible: se nos ha ido una idea de estabilidad en Europa, en el mundo, y nos hemos convencido de que no hemos acabado con la pandemia maldita. Han cambiado los rostros de muchos responsables políticos, nacionales e internacionales, y se nos han muerto algunos iconos: desde Isabel II, que encarnó una forma irrepetible de monarquía, hasta, el último, Pelé, el hombre que nos hizo amar un futbol hoy casi olvidado por el encanallamiento catarí, entre otras calamidades. Pero ya digo: lo más importante es que entramos en 2023 con la sensación de estar cruzando el umbral de un mundo, una Europa, una España, necesaria, inevitablemente, distintos. Ideas que nos ampararon durante una larga Transición a la democracia han quedado sustituidas por una concepción mucho menos romántica de lo que es y debe ser la política; la generosidad de entonces se reemplaza por un ansia de rapiña para controlar las instituciones, los medios, la calle. Ser ciudadano hoy me parece quizá menos ilusionante, con todo, que hace una década.