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Como cada año, la ausencia de los que recordamos a diario se ha hecho más intensa durante estos días pasados. La Navidad tiene que ser felicidad, pero es probable que los contenedores llenos de bolsas de basura y cajas no sean indicadores de conseguirla. Son tal vez una muestra más del materialismo imperante que nos hace olvidar lo trascendente y el mensaje de estas fiestas pasadas y que podrían proyectarse como intenciones hacia el año nuevo. Ese mensaje de paz, comprensión y solidaridad puede ser ajeno al hecho religioso si ello permite extenderlo a gran parte de esta población laica. Asumo que la religiosidad –como los valores familia o tradición– han perdido peso en esta sociedad y, por extensión, en los políticos que proclaman ser los únicos garantes de los derechos sociales de los más desvalidos. Nunca había existido tanto desorden ni habíamos puesto en peligro la hegemonía del Derecho o la separación de poderes.

Las instituciones han triturado todo aquello que asentaba las costumbres, las creencias y el comportamiento y con ello también se arrasa el sentido de la Navidad para convertirlo en una excusa para activar el consumo y la frenética actividad del sector restauración. No me quejaré si estos días han servido para una comunicación verdadera y directa con aquellos que no solemos ver durante el resto del año, aunque lo dudo cuando compruebo que siguen imperando los whatsapps enlatados donde sencillamente se produce reenvío masivo de las mismas imágenes y mensajes. Esta sociedad desnortada y próxima a lo fácil es la que tiene que iniciar un año 23 que se convierte en fundamental para fijar el nuevo rumbo que comentaba en mi última colaboración. Afrontaremos cuatro años clave donde la gestión local debería ser transformadora de todo aquello que no se ha conseguido retocando leyes y crispando a los ciudadanos. Esta Navidad ha sido una buena excusa para olvidar todo lo malo y convertirse en un renacer que actualmente es absolutamente imprescindible. Si todos cambiamos nuestra actitud y objetivos sí serán posibles esos cuatro años de transformación que deben empezar ya. No creo que hayan funcionado las políticas que se han vendido como salvadoras y que deberán pagarse con el sacrificio del sistema de pensiones en unas pocas décadas.

El desequilibrio y las brechas se han acentuado y una clara manifestación está en la crisis institucional que hemos atravesado y en el desencanto, cada vez mayor, ante esta política beligerante y de egos. La lista de despropósitos que vivimos a diario es tan enorme como las noticias que nos resultan surrealistas y que empiezan a normalizarse. Ello convierte en absurdas las inocentadas del día porque llevan ya demasiado tiempo instauradas en nuestra rutina. 2023 no puede seguir por el mismo sendero, es importante empezar a mentalizarse. Ojalá muchos propósitos confluyan y las discrepancias puedan ser superadas con diálogo y reflexión. Dos grandes palabras para un nuevo año y legislatura.