TW
0

Dicen que en España se licencian psicólogos a un ritmo vertiginoso. Muchísimos jóvenes se sienten atraídos por una profesión en la que creen que dedicarán su vida a ayudar a los demás.Quizá, de paso, también a ayudarse a sí mismos, ahora que la enfermedad mental se ha disparado. Es tan elevada la demanda, que trece universidades se han sumado a ofrecer el grado y los titulados han aumentado casi en un tercio. ¿Necesitamos tantos psicólogos? Probablemente sí. De hecho, tiendo a creer que todos nosotros adolecemos de algún problemilla psicológico aún sin diagnosticar. ¿Quién es el afortunado que no sufre ansiedad, que duerme a pierna suelta, que no padece las consecuencias de la acumulación de estrés, que sabe dominar sus emociones, mantiene relaciones equilibradas y sanas con todos, que se siente confiado y tranquilo con su vida? El problema es que este es un país atrasado en esas lides –como en tantas otras– y la tasa de desempleo en el sector es abrumadora. Miles de psicólogos se ven abocados a autoemplearse porque la oferta de trabajo es escasa. ¿Por qué? La sanidad pública apenas ofrece cobertura psicológica, a pesar de las perentorias necesidades detectadas, especialmente después de la pandemia. Ahora mismo la infancia y la adolescencia reflejan la angustia vivida durante esos dos años en los que se vieron privados de una vida normal. Ya sabemos que los números son los que son y que la atención sanitaria requiere de un presupuesto abultado, pero habría que estudiar el modo de recortar gasto público en otros epígrafes para dotar de recursos suficientes al área de la salud mental. De otro modo, los problemas hoy pequeños se convertirán en otros de mucho mayor calado en el futuro.