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Más allá de que resulte cierto o no, afirmar en público de uno mismo que va «a pasar a la Historia»», es de una vanidad a prueba de bomba.

Es lo que ha hecho, sin ningún embozo, Pedro Sánchez. Además, no se atribuye el mérito histórico del que presume a alguna acción en beneficio de los ciudadanos, sino por haber movido el cadáver de Francisco Franco de un lugar a otro.

La verdad es que Sánchez no tiene en su currículum hechos extraordinarios en favor del bienestar y la convivencia de los españoles. Más bien, al contrario. Si por algo puede pasar a la Historia es por cuartear la unidad de España, en una deriva en la que la supresión del delito de sedición, es decir, atentar contra el Estado y dejarlo a merced de sus enemigos, es el último eslabón de una cadena de despropósitos.

Pero volvamos a lo de Franco, que hasta que llegó Sánchez estaba no sólo física sino también metafóricamente enterrado. Exhumar sus restos y llevarlos a un lugar privado viene a ser un ajuste de cuentas retrospectivo, sin ningún tipo de riesgo ni heroicidad alguna. Como dice el aforismo clásico (hoy políticamente incorrecto), a moro muerto gran lanzada. O sea, con un enemigo indefenso es muy fácil meterse.

Lo cierto es que el presidente del Gobierno tenía tres añitos cuando murió el dictador y no tenía edad ni seguramente habría tenido arrestos para enfrentarse entonces a él.

Ahora, en cambio, todo es más sencillo y Franco es la gran coartada de Sánchez para explicar todo lo malo que sucede y para endilgárselo como ideólogo a una oposición democrática sometida a su Gobierno.

¡Ay, Historia, cuántas tonterías se dicen en tu nombre!