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Tanto el budismo como los westerns, así como la filosofía estoica y los manuales de seducción, no predican otra cosa. Una tranquila despreocupación, asociada a cierta elegante desenvoltura, porque cuanto más preocupante es una situación, más útil resulta ser despreocupado. Permite desenvolverse con más facilidad, y no olvidemos que el diccionario de la RAE también define desenvoltura como liviandad, una de las palabras favoritas de Italo Calvino. La despreocupación es el mayor don al que puede aspirar un ser humano, la meta de cualquier monje budista, pero también la cualidad básica del héroe, incluidos los del manga, y signo distintivo de los mejores pistoleros del western. «Este tío estaba muy despreocupado cuando le apuntaba, me preocupa», farfulla el malo. Y si en las tragedias nada funciona mejor que una indolente despreocupación, figúrense en las comedias. Ahí el alegre y despreocupado arrasa. Se podría pensar que esto no es ningún invento, sino algo que se tiene o no se tiene, como el talento artístico o ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca.

Se puede, pero estaría mal, porque existe toda una cultura antiquísima sobre el asunto (el despreocupado no nace, se hace), y una evolución conceptual del término a nivel genético (el neandertal más listo y despreocupado se llevaba a la chica). Si acaso, digamos que la despreocupación no la inventó un individuo, sino millares en sucesivas etapas y siempre en pugna con los millones de preocupados, solemnes y sombríos. Cosa por otra parte propia de los grandes inventos de la humanidad, que a veces tardan siglos en abrirse paso, debido a la imbecilidad imperante. O no se abren paso nunca; inventos minoritarios, se podrían llamar. No por ello menos extraordinarios. Otro drama, este de la imbecilidad imperante, que sólo puede combatirse con mucha despreocupación. Y con relajada desenvoltura. No tiene remedio. Es perder el tiempo preocuparse por eso. Eso sí, no es fácil no hacerlo. Cada día pasan cosas más preocupantes y a veces te falla la despreocupación cuando más falta hace. Incluso a mí me ha sucedido. Pero tampoco hay que preocuparse por eso. Al menos, no demasiado.