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A principios de los años noventa, el barrio chino de Palma y la Porta de Sant Antoni eran territorio comanche. Adentrarse de noche en las calles Socorro o sa Gerreria, sorteando yonkis renqueantes, era un ejercicio temerario. Casi suicida. Al final, ni los gigantescos marines norteamericanos de la Sexta Flota entraban en aquellas avenidas oscuras y decadentes, donde reinaban locales ya míticos como ‘El Kentucky', ‘El Kansas' o ‘El Hollywood». Solo algunos periodistas y policías infiltrados acechaban en la oscuridad, a la búsqueda de noticias o soplos. Sobrevivían, por entonces, los últimos personajes legendarios del barrio. Tipos como ‘El Tòfol' o señoras como ‘La Gitana blanca'. Historia viva de otra época. Después, la presión urbanística y la especulación salvaje acabaron con esa fauna, digna de un documental de Félix Rodríguez de la Fuente. Ahora, de estar vivo, aquel naturalista irrepetible podría rodar en un nuevo escenario donde, al anochecer, pululan lobos o animales carroñeros más actuales: las bandas juveniles de la Intermodal y el Parc de ses Estacions. Unos niñatos tan violentos como peligrosos que están imponiendo su ley a base de palizas, atracos, violaciones y reyertas. En el musical sesentero de West Side Story los ‘Jets' luchaban contra sus rivales, los ‘Tiburones'. Aquello era el Bronx, pero al menos los contrincantes bailaban y cantaban estupendamente. Nuestros delincuentes de la Plaza de España, en cambio, son más como las hienas que grababa Rodríguez de la Fuente.