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Nunca antes había visto ni escuchado a ese tal Gianni Infantino que ayer salió a la palestra para hablar de algo más que de fútbol. Me dio vergüenza ajena y no entiendo cómo no se ha borrado del famoso Mundial de Qatar hasta el apuntador. El individuo este cobra un millón y medio de euros al año, así que dudo mucho, muchísimo, que sea capaz de sentir lo que un inmigrante ilegal, tampoco lo que una mujer en un país que aplica la Sharía con rigor y, si no lo es, tampoco creo que sepa lo que representa ser gay o discapacitado. Hablar es muy fácil, especialmente cuando algún tipo talentoso y con chispa te escribe los discursos. Convencer ya es más difícil.

Quizá sepa mucho sobre el supuesto arte de pegarle patadas a un balón con tino, pero de humanidad, de historia y derechos sabe más bien poco. Ha pretendido establecer paralelismos entre la situación política, social e ideológica entre Europa y ese reino absolutista donde se celebra el campeonato. Todos sabemos por qué se ha elegido ese destino: dinero. Existe una teoría que defiende que el mundo árabe está en la actualidad atravesando su propia Edad Media, puesto que su doctrina lleva en el mundo unos 1.400 años, que era el tiempo transcurrido entre el nacimiento del cristianismo y el medievo europeo. Quizá tengan razón y por eso allí se dedican a lapidar pecadores, prohibir toda clase de cosas a las mujeres y dejar que los religiosos dicten las leyes. Sea como sea, me niego –como europea– a pedir perdón por tres mil años de historia. Yo no soy griega ni romana, no soy visigótica, no soy medieval ni absolutista. Ni siquiera franquista. El siglo XXI europeo es el culmen de la civilización occidental. Y de eso, todavía, hay quienes tienen mucho que aprender.