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Lo del trambadia me lleva a un trabajo recientemente publicado y que he leído con mucho interés. El transporte de viajeros en las Baleares de Antonio Batle Manresa me conecta a esa memoria histórica que hemos arrinconado, ajena a los dolorosos errores del pasado, las subvenciones y la intención política. Su autor, octogenario, nos deja un testimonio indispensable después de una vida dedicada a investigar el tema cuando sus obligaciones empresariales y familiares lo permitieron. El trabajo de Batle nos recuerda de dónde venimos y el progreso conseguido frente a la precariedad y limitaciones que tuvieron quienes nos precedieron. Cruzar la isla era una proeza hasta que nuestros antepasados diseñaron un sistema mucho más avanzado y excelso que el actual si tenemos en cuenta los medios de entonces.

El tema del transporte siempre ha sido una de las grandes cuestiones que los distintos partidos y gobiernos no han sabido resolver. Dicha compleja cuestión se agrava en estos tiempos modernos con los añadidos de sostenibilidad y medioambientales. Todo ello hace que recelemos de una revolución eficiente y aceptada por los ciudadanos de estas islas. Porque debemos tener claro que una revolución que no tiene en cuenta la personalidad e idiosincrasia de sus destinatarios terminará fracasando. Lo estamos viendo y sabemos que compartir coche es una utopía en un país donde no queremos depender de terceros y no nos gusta esperar en exceso (sí es cierto que muchas frecuencias en el transporte público han sido mejoradas).

No entiendo lo del trambadia para el que no tenemos dinero y que esperamos que Madrid, que nunca ha pagado, pague. No entiendo que no se planifiquen las obras y que el caos circulatorio pueda agravarse con la reforma del Marítimo donde el mar apenas se ve cuando paseas (somos especialistas en sembrar cemento incluso en el mar). La gran revolución de Palma que en su momento se sustentó en un desaparecido tranvía pasa ahora por un imposible metro que una todas las coordenadas de la ciudad. Lo demás son parches y soluciones que condicionan el futuro (como cuando se empezaron a hacer parkings en todas las principales arterias y ejes de Palma). No creo en el trambadia por su coste y por su diseño y debo confesar que suelo utilizar medios similares cuando voy a un aeropuerto extranjero (entre otros el S-Bahn en Berlín). Bastaría con mejorar la conectividad con más frecuencias de autobuses y utilizar de manera mucho más eficiente para que la Smart Mallorca fuera una realidad y un ejemplo de implementación tecnológica al servicio de las personas. Las revoluciones no son anunciar grandes proyectos, ni grandes derroches. Mucho menos hacerlo poco antes de las elecciones. La credibilidad es fundamental para implicar a los ciudadanos; todo lo que huele a maniobra política terminará siendo rechazado o cuestionado. Lamentablemente ocurre con demasiada frecuencia porque no se pactan los grandes cambios y tampoco se explican desde la transparencia, la veracidad y el profundo análisis de lo que pretendemos.