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La actividad más propia y continuada de todas las criaturas vivientes, incluidos seres humanos, es merodear, y ello hasta el punto que bien se podría decir que vivir consiste en merodear. Deambular, vagabundear y rondar por los alrededores, a fin de pillar algo o por mera curiosidad malsana, ya que el diccionario añade al verbo merodear ciertas malas intenciones, además de las de fisgar y husmear. Todos somos merodeadores, a sabiendas o no, voluntarios o involuntarios, diurnos o nocturnos (¡el famoso merodeador nocturno!), y a estos ejemplares clásicos hay que añadir en las últimas décadas el merodeador audiovisual, que ni siquiera necesita moverse del sillón (con mover un dedo le basta), y el ubicuo merodeador digital, o virtual, que merodea por todas partes con su teléfono móvil, y no le importa, sino al contrario, ser visto aquí o allá merodeando de un modo harto sospechoso. Su vida es el merodeo, actividad típica de quienes ni van ni vienen ni pretenden nada, salvo precisamente deambular de aquí para allá, merodeando. Algunos incluso elevan el merodeo a categoría de arte, o a estrategia política, o a exitosa práctica financiera. Qué otra cosa son los mercados bursátiles, sino millares de merodeadores vagando alrededor del dinero, a ver qué cae. Y sin embargo, siendo así que esta es la civilización de merodeo, la palabra merodeo, muy común en otro tiempo, es ahora un arcaísmo casi en desuso, y en lugar de estar de moda, el verbo merodear, que tan bien nos define, parece más propio de novelistas del siglo diecinueve. La lingüística tiene cosas incomprensibles; qué sorpresas nos da la gramática. Puedes pasarte meses sin oír ni leer el verbo merodear (excelente verbo, por cierto), siendo así que casi todo lo que se lee y escucha son, efectivamente, merodeos. Para mí que si cuando se inventó internet, y los navegadores, se les hubiera llamado merodeadores, que es lo que son, y en lugar del poético término navegar se aplicase el más exacto de merodear (por el ciberespacio), todo se entendería mucho mejor. Que vivir no es navegar, ni ir a ninguna parte, sino merodear. Yo mismo soy un merodeador nocturno, aunque inmóvil. Ya no hace falta moverse para merodear.