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Comparto plenamente el alivio y la satisfacción moral por la identificación y recuperación de los restos mortales de Aurora Picornell, víctima de uno de los más atroces y cobardes asesinatos de nuestra Guerra Civil. Comprendo la emoción de sus familiares y lamento que no hubiera podido ser su propia hija –fallecida hace ya muchos años– la que viviera este momento.

Me parece, sin embargo, deplorable la instrumentación política que la izquierda pretende hacer de ello. Resulta inexplicable que todos estos homenajes y reconocimientos que ahora se anuncian no hubieran tenido lugar en su debido momento. El hallazgo de sus restos es una gran noticia –que no hubiera sido posible hace solo dos décadas porque las técnicas de secuenciación del ADN son de hace unos días–, pero ello nada añade a lo que ya se sabía, salvo la concreción del lugar en el que fue enterrada.

También se está intentando revestir las ideas de Picornell –absolutamente irrelevantes por lo que hace a la abyección del crimen– de rasgos de una modernidad y corrección política inexistentes en los años treinta del siglo pasado. El comunismo no era en 1936 –tampoco lo es hoy, por desgracia– un ideal democrático, sino totalitario, tanto como el de sus enemigos fascistas. Con ello no pretendo endulzar ni matizar el indescriptible ultraje sufrido por Aurora Picornell, cuya tortura y muerte debe avergonzarnos como sociedad y servir de acicate para cerrar el proceso de reconciliación que se inició en la Transición.

Pienso que Vox se equivocó profundamente al no dar apoyo a una declaración institucional en ese sentido.

u Pero para echar el cerrojo a la reparación moral de cuantos padecieron nuestra infausta guerra no va a bastar con sacar de las cunetas y fosas comunes a las víctimas de los crímenes del llamado bando nacional y del posterior régimen franquista. Francina Armengol, su partido y sus socios de la izquierda siguen mirando hacia otro lado cuando de reconocer los asesinatos cometidos por sus predecesores políticos se trata. No hace falta irse a Paracuellos del Jarama, basta tomar el ferri a Menorca para encontrar decenas de historias personales tan estremecedoras como la Aurora Picornell, solo que cometidas por activistas de la izquierda republicana.

El infame pretexto que se arguye es que, supuestamente, el franquismo reparó aquellos crímenes. Falso. Quienes fueron asesinados en Menorca –también en Eivissa– por su ideología o creencias religiosas merecen el mismo reconocimiento de nuestra democracia constitucional que Picornell y todas las víctimas de crímenes del fascismo.

Armengol tiene aún una gran oportunidad para demostrar su verdadera voluntad de curar heridas. Este próximo mes de noviembre se cumplen 86 años de los 75 crímenes de los presos del buque Atlante en el puerto de Maó, entre ellos, el del joven sacerdote Joan Huguet Cardona, de 23 años, uno menos que Aurora Picornell.

Además, en este caso conocemos el nombre del criminal, Pedro Marqués Barber. Si de verdad nuestra presidenta quiere serlo de todos y no solo de sus correligionarios, debería pedir perdón en nombre de todos los socialistas honestos y avenirse a reconocer este injusto agravio, que le impedirá pasar a la historia como la presidenta que culminó la reconciliación.