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Hoy trataremos de otro gran invento, con cuya grandeza y asombrosa utilidad todos estarán de acuerdo. Un invento indiscutible, admirable, imposible de mejorar y al que no se le puede poner ni un pero. La escalera. Ignoramos quién ideó la primera, probablemente tras trepar por un árbol, pero ese tipo era un genio. O un simio. Quizá esa escalera primigenia fuese un simple amontonamiento escalonado de piedras, pero la clave es que dio lugar, precisamente, al escalón, ingenioso hallazgo sin el cual hoy sabemos que no se llega a ninguna parte. Sin escalones, y por tanto sin escaleras, aún estaríamos todos como en la vieja fábula de la zorra y las uvas, rezongando que están verdes ante la imposibilidad de alcanzarlas. Cierto que la naturaleza ofrece irregularidades, arrugas y salientes que pueden utilizarse a modo de escalón, pero hasta que una especie concibe y fabrica sus propios escalones, y con ellos la escalera, ni evoluciona ni alcanza nunca sus deseos y necesidades, sean uvas maduras, un panal de rica miel o una princesa en un torreón.

La vida consiste en subir y bajar, y para eso es menester una escalera. Fija o portátil; de cuerda, ladrillo o madera; material o mental; de las que llevan a algún sitio y de las que no llevan a ninguna parte. Escaleritas plegables de sólo tres escalones, o grandes escalinatas palaciegas; muy largas como la escalera de Jacob (Génesis 28, 11-19), por la que los ángeles subían al cielo y descendía a la Tierra, o cortas que sólo llegan a un púlpito desde el que predicar. ¡Escaleras de caracol, esa metáfora perfecta del cerebro humano! Ah, qué extraordinario invento, la escalera. Las hay de infinitas formas, tamaños y variedades, incluso escaleras imaginarias hay. Cuando alguien tiene un problema, suele ser porque no ha logrado imaginar la escalera precisa. El filósofo Wittgenstein, según cita Umberto Eco al final de El nombre de la rosa, aseguraba que «Hay que tirar la escalera por la que se ha subido». Los filósofos son grandes constructores de escaleras, y pueden hacer eso. No lo intenten es sus casas. En cuanto a los que nunca saben si suben o bajan, no se preocupen. Eso es lo de menos. Lo importante es la escalera en sí.