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L a propuesta de subida de impuestos a rentas elevadas de un país o a beneficios empresariales excesivos no es un capricho de economistas de perfil izquierdoso, ni una perversa tendencia en gobiernos progresistas, espoleados por su voracidad recaudatoria. Vemos declaraciones que insertan la política fiscal progresiva en unas coordenadas tildadas de negativo intervencionismo. Se llega a afirmar que el dinero recaudado está en manos del gobierno y del presidente, como si éstos tuvieran unas cuentas offshore en las que anotar las partidas recaudadas por el fisco. Esto ni es inocente, ni es una licencia literaria: obedece al objetivo de indicar que pagar impuestos y subirlos a determinadas franjas de renta y empresas es inapropiado, porque reduce las posibilidades de un mayor crecimiento económico.

Este es uno de los debates económicos ya abiertos, y que conforma el principal armazón de política económica por parte de los partidos conservadores, junto al retorno a parámetros ortodoxos en economía pública como objetivos estratégicos, la añoranza de una política monetaria más restrictiva para embridar la inflación, y la descalificación reiterada del sector público calificado como ineficiente y despilfarrador. Pero los datos no acompañan a la argumentación central: fueron posibles, en el pasado más reciente, fases de intenso crecimiento económico junto a políticas fiscales progresivas, con tipos muy elevados para el segmento más rico de la población.

A su vez, reducir los impuestos a los más ricos no ofrece garantía alguna sobre el incremento sucesivo de ingresos tributarios. Aquí, también, la evolución económica constata que si los gobiernos contraen sus capacidades recaudatorias, acaban por elevar sus déficits y, también, sus deudas. Vean el desastre del Reino Unido: bajar impuestos a las ricos ha supuesto, junto a subidas de tipos, la intervención directa del Banco de Inglaterra y la retirada de la medida estrella de la primer ministra. Un auténtico desastre.

El progreso económico y social no se dirime en proposiciones para competir sobre qué partido o qué dirigente prometen mayores reducciones de impuestos a la ciudadanía. Sin una política fiscal progresiva no es posible la cooperación, la prosperidad social, la consecución de objetivos comunes en beneficio de la sociedad, en todos sus escalones sociales: de la más rica, de la formada por clase media y trabajadora, y de la más vulnerable. Las investigaciones sobre políticas fiscales señalan que mensajes catastrofistas, que urgen a rebajar ya los impuestos porque son excesivamente elevados, no son ciertos.

En Estados Unidos, el relato económico-fiscal más reciente se puede sintetizar así: hacia 1970, los estadounidenses más ricos pagaron en impuestos más del 50 % de sus ingresos; esto duplicaba lo que devengaba en impuestos la clase trabajadora. En 2018, tras la reforma de Trump, los multimillonarios norteamericanos pagaron mucho menos que obreros, docentes, investigadores y jubilados. La conclusión: los ricos están viendo retroceder los impuestos que pagan a los mismos niveles de la década de 1910, cuando el Estado tenía una cuarta parte del tamaño actual.