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Los impuestos en nuestro país no están centralizados, armonizados o como quiera que se diga. La legislación permite ligeras variaciones territoriales en algunos tributos y no digamos nada del País Vasco, donde con el Concierto y el Cupo hacen de su capa un sayo.

Yo soy el primero en creer que debería haber más armonización fiscal, incluso a nivel de la UE, por aquello de la igualdad de derechos, pero las cosas son como son y la actual legislación está para eso, para usarla aunque algunos no les guste.

Es lo que acaban de hacer las Comunidades autónomas de Madrid y Andalucía y a las que seguirá alguna más, suprimiendo el impuesto de patrimonio y deflactando el IRPF para que los contribuyentes paguen menos. Y se ha organizado la de Dios, porque el Gobierno y sus adláteres han acusado al PP de disminuir el impuesto a los ricos a costa de los pobres, de dumping tributario, de creación de paraísos fiscales y no sé cuántas cosas más, a cual más contradictoria. Y, para demostrar su oposición, ya estudia crear un nuevo impuesto a los ricos.

No sé si se conseguirán o no los benéficos resultados de disminuir impuestos, reactivando la actividad económica y atrayendo inversiones como proclaman los rebajadores de la presión fiscal, pero sí sé que no son ciertas las críticas gubernamentales de que eso es a costa de reducir las prestaciones en educación y sanidad, cuando se trata justamente de todo lo contrario, de suprimir gastos improductivos para garantizar las ayudas básicas.

La solución de nuestros males económicos, incluida la galopante inflación, no se resuelve con seguir gastando al tuntún y elevando los impuestos, sino ahorrando en gastos inútiles y dejando más dinero en los bolsillos de los contribuyentes con que hacer frente a un IPC cada vez más en alza.