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Parece que el choque emocional de esa campaña de Tráfico sobre atropellos en carretera no ha sido todo lo efectiva que se esperaba. La cifra negra de más de doscientos cincuenta muertos en lo que va de verano sobrepasa la de hace tres años. Casi todo lo susceptible de reflejar en estadísticas está condicionado a compararlo con antes de la pandemia. Pues esto sigue igual: más movilidad, más accidentes. La experiencia de un viaje largo por autovías y carreteras de la Península es la odisea actual, una aventura de riesgo extremo, actividad para inconscientes porque el peligro es constante y estresa mucho aunque estés en forma, descansado y cumplas escrupulosamente las normas de circulación.

Procura evitarlo, más si es por placer. Se escucha mucho eso de que el problema no eres tu es que los demás lo hacen fatal. El que esté libre de pifia que lance el primer insulto, reacción espontánea ante cualquier contratiempo. Se sabe que drogas, alcohol, despistes, prisas, maniobras inadecuadas… son detonantes para el desastre, pero Tráfico no habla del estado infame del asfalto o de ese detalle de usar el intermitente, ese dispositivo desconocido para muchos, demasiados, conductores. Ya no hay que sacar la mano ni extender un brazo articulado para avisar de cambio de dirección, que basta un ligero toque con la yema de un dedo para que funcione el piloto luminoso. No hay manera. Y no les toques el pito, que se cabrean. No sé si sería mejor una campaña de multas o un plan de reciclaje periódico para conductores despreocupados. Algo hay que probar.