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No será la primera ni la última vez que en este espacio he mencionado a Adan Diehl, Tomeu Buadas, Costa i Llobera, Bernat Cifre, Joaquín Barraquer o Basilio Baltasar. Tampoco repetiré la lista de los insignes huéspedes y renombrados autores que han pasado por sus dependencias y convirtieron el Formentor en un lugar de felicidad y creación literaria. Todo era historia y el establecimiento un lugar totémico que, como el inmortal pino del poema, resistía al paso del tiempo. Durante este caluroso agosto nos hemos enterado de una atrocidad que, como suele ocurrir, empezamos a olvidar. A menudo pienso que nuestro gran problema es la capacidad de olvidar y pasar página a pesar de ese ruido y rabia inicial y visceral a los que nos estamos acostumbrando. Una actitud que nos hace débiles y que permite que se arrase con todo aquello que al final no logramos proteger. Como en los dramas clásicos somos la causa de nuestras tragedias. He confirmado que el Hotel Formentor es un personaje que hemos matado; no ha llegado a los cien años pues su existencia empezó en 1929 con la adquisición por aquel rico y bohemio argentino. Son muchos los libros, escritos, poemas e incluso documentales que nos recordarán lo que hemos destruido y que es absolutamente irrecuperable por mucho que lo puedan plantear proyectos que buscan convencer (engañar) a la sociedad y a los políticos de turno. La reforma del Formentor ha sido un completo y salvaje acto de destrucción que no vimos venir. No hemos estado atentos ni vigilantes y no podremos justificar la rabia y el dolor que produce pensar o saber que ya no existe lo que fue cuna del mejor turismo y literatura del siglo XX.

Mallorca es menos Mallorca sin el Hotel Formentor, que se convierte en un activo turístico más y también propio de cualquier destino competidor. Un nuevo objeto de comercio cuando otro fondo de inversión lo busque por motivos económicos. Ya no es ese espacio cosmopolita entregado al arte y al buen gusto y ajeno a la vulgaridad (lujosa) que seguramente marcará el nuevo plan de negocio. Me acompañan en este punto los versos finales de La Deixa del geni grec: «Així dins tes entranyes retens, Illa daurada,/l’eterna lira grega, dels savis envejada,/do de l’antic monarca dels ideals cantors/ a ta inspirada filla, capaç de ses amors./Mes, ai! ta filla augusta, qui la gran lira porta,/dins son fondal poètic roman immòbil, morta». Nosotros hemos matado a Nuredduna, hemos enterrado esa lira que nos podía guiar en la difícil tarea de saber quiénes somos; tribu despiadada con todo aquello que nos puede inspirar o representar. Estamos aniquilando todas las señas de identidad en el momento de mayor sensibilización social y con la capacidad de entender toda la cultura que está a nuestro alcance. Afortunadamente quedan poemas, libros, referencias o escenas que nos perseguirán cuando queramos olvidar o justificar los despropósitos que nos están acompañando.