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Hace unas semanas, Boris Johnson anunció su dimisión como primer ministro conservador del Reino Unido. Su partido elegirá el próximo cinco de septiembre a un sucesor. Desde entonces, los dos candidatos, Rishi Sunak y Liz Truss, hacen lo posible para captar las simpatías de los militantes de su partido, en una carrera indescriptiblemente ridícula y disparatada para complacer a todos. Sunak hundió sus expectativas al iniciarse la campaña, cuando dijo una gran verdad: no es el momento de bajar impuestos; ella, más alocada, prometió lo contrario. Y desde allí ha sido una constante de mentiras y engaños por ambas partes. Lo último es que se congelarán las facturas del gas y de la luz, de manera que el Gobierno subvencionará la diferencia, como si el dinero del gobierno no fuera también de los consumidores de electricidad. Sunak, intentando recuperar vuelo, se ha sumado a la subasta, con tal de agradar al votante. Truss, más irresponsable, probablemente sea la próxima primera ministra. Ya verá un día cómo les cuenta que todo era un engaño.

Esta es una desgracia que azota a nuestras democracias: los votantes quieren oír lo que les place, aunque sean mentiras. Incluso mentiras estridentes. «Voy a bajar los impuestos» sin reducciones en el gasto público; «dentistas gratuitos para todos los menores de quince» aunque el coste sea desmesurado; «una jubilación suficiente para todos» aunque los aportes siguen cayendo; «vivienda digna y a precios asequibles» al tiempo que reducimos el suelo edificable; «cambio de modelo económico» sin tocar nada. Todo da igual: mentiras y más mentiras.

No culpemos sólo a los políticos, porque los hay que sienten asco de este espectáculo. Alguna culpa debemos tener los medios de comunicación, que coreamos la fiesta, y por supuesto los votantes. Tras tantas y tantas mentiras, hoy los votantes han desarrollado cierta sensación que las promesas electorales son parte de un teatro inevitable: celebramos como real lo que sabemos que es una representación. ¿O es que hay alguien que se crea lo que nos prometen? Pero votamos como si fueran verdades. En Mallorca, los que no han mentido se han arruinado, de manera que hoy todo el mundo ha arrojado la toalla.

En países donde la demagogia es desbordante, como en Italia, los políticos cada tanto nombran a un técnico para que haga lo que ellos no serían capaces. Es el trabajo que vino desempeñando Mario Draghi: ordenar las cuentas, echar a los ladrones más prominentes, hacer planes de futuro. Cada tanto, Italia acude a un personaje de prestigio para que purgue al país de las estupideces del día a día.
En Mallorca necesitamos un político que arruine su futuro pero que prohíba el alojamiento turístico en las viviendas, de la misma manera que no se puede abrir un restaurante o una peluquería en un domicilio particular; que acabe con la farsa de la ‘carrera profesional’ en la función pública y que despida a la mitad de los funcionarios por inútiles en muchos casos y por innecesarios en la gran mayoría; que exija un mínimo de calidad en la enseñanza en el sistema público so pena de sanciones y despidos; que limite el turismo en cantidad en pos de la calidad; que aplique en EMT y SFM salarios similares a los del sector privado para las mismas categorías laborales; que privatice Emaya para que de una vez por todas la ciudad pueda llegar a estar limpia; que ponga salarios a los políticos acordes a lo que esperamos de ellos y no a lo que valen; que cierre el Consell de Mallorca por inservible y redundante; que aplique la ley de Extranjería en vigor, aprobada por un gobierno socialista y que prevé la expulsión de quien acceda al país ilegalmente; que mande a paseo al pequeño comercio y que lo haga espabilar compitiendo con los demás en igualdad de condiciones; que termine con el escándalo de que los médicos, a diferencia de todos los demás funcionarios, puedan compatibilizar su actividad privada por las tardes con la pública por las mañanas; que cierre IB3 por no tener audiencia o que reduzca las políticas de juventud a crear empleo y oportunidades, que es lo único que se necesita cuando se es joven.

No, nada de esto nos ocurrirá por ahora porque el votante no lo aceptaría. Para que aplauda esto tendríamos que sufrir una crisis por cuya llegada estamos trabajando incansablemente. Y llegará. Por lo pronto, toda Europa y también nosotros vivimos un interminable declive. Sin embargo, nos iría muy bien tener políticos que propongan lo que de verdad hay que hacer, sabiendo que no van a ganar las elecciones. Por lo menos podrán decir que han sido coherentes, que no nos han mentido.