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La reedición del libro Menorca 1936, de Juan José Negreira, incluye las memorias inéditas de un falangista soldado de Infantería que luchó obligado en Mallorca en las milicias antifascistas del capitán Bayo. Es un testimonio muy original y revelador sobre la cantidad de infiltrados que tenían las filas republicanas y lo perjudiciales que fueron para la marcha de las operaciones. Según su escrito, gran parte de los militares menorquines que lucharon con Bayo simpatizaba con el enemigo.

El madrileño Carlos Guerrero Fernández-Luanco era hijo del coronel de Infantería Arturo Guerrero Plaja y estaba de vacaciones en Menorca cuando estalló el golpe. Su padre fue detenido por los republicanos y se salvó de milagro de los fusilamientos de La Mola. Solo fue herido y, al parecer, un favor del pasado al brigada republicano Pedro Marqués le permitió seguir con vida. El hijo también fue protegido y se embarcó con el Regimiento de Infantería nº 37 de Menorca rumbo a Mallorca el 16 de agosto de 1936. «Al subir a bordo nos dicen que de nuestra actuación responde la cabeza de nuestros padres», afirma. Desembarcaron en la playa de Sa Coma y se encontraron un panorama desolador: «Parece que nos van a hacer papilla y no vamos a volver a Mahón ni uno siquiera. El hambre y el sol aprietan, pero no tenemos donde guarecernos y nadie nos da de comer. El desembarco ha sido muy difícil y eso que los mallorquines no lo esperaban». Cuenta que vestir uniforme militar les creaba problemas porque los milicianos les confundían con enemigos.

Guerrero insiste en el hambre y el calor que pasó en Mallorca. No se aseó durante dos semanas. Participó en la ofensiva de Son Servera pero sin realizar ningún disparo. Destaca la escasa preparación de algunos desembarcados: «Uno mete el cargador mal y al quedar una bala torcida le da golpes violentos apuntando a la barriga del compañero».

Deseaba cruzar las líneas o ser herido, cuando el diario miliciano La Columna de Baleares publicó su nombre: «Se presente al capitán Bayo con urgencia Carlos Guerrero Fernández». Pensaba que lo habían descubierto y lo fusilarían. Acudió con mucho miedo al cuartel general, en Punta Amer, y se encontró por primera vez con Bayo: «Monta un caballo blanco y va en mangas de camisa con su gorra de aviador; le sigue una comitiva que parece sacada de alguna película de piratas: diez forajidos desnudos de medio cuerpo para arriba, con un pañuelo atado a la cabeza, barbudos y tostados por el sol, sucios, desgreñados y con un verdadero arsenal de armas».

Bayo se le quedó mirando. No recordaba por qué lo había llamado: «¡Ah, sí! Marqués quiere que vuelvas a Menorca». Le firmó un salvoconducto para marchar en el primer barco. Aquello le salvó de unos últimos días terroríficos porque la aviación italiana acababa de llegar. Sobre ello, relata un doloroso encuentro con un amigo de Fornells: «Me mira con ojos sin expresión gritando ‘aviones, aviones’, e intenta lanzarse al suelo. El enfermero me cuenta que quedó enterrado por una bomba en Mallorca y lo evacuaron totalmente trastornado». Poco después, el joven murió.

Guerrero se reencontró con su familia pero su padre sería asesinado en la matanza de militares del Atlante del 19 de noviembre de 1936. Él participaría después en una conspiración pero, de nuevo, tuvo suerte. Sorteó la detención y lo destinaron a Valencia. Nunca sería procesado por ningún bando. Su madre llegó a ser dirigente de la Sección Femenina de Falange.