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La estadística revela que en los primeros seis meses de este año se ha producido en Balears un diez por ciento más muertes que en el mismo período del año pasado. Nadie puede afirmar con rotundidad que se deban a la COVID, pero es probable que el virus tenga mucho que ver. De hecho, desde que se nos empujó a vivir esta «nueva normalidad», lo que hemos hecho ha sido obviar el peligro, mirar para otro lado y seguir viviendo como siempre lo hemos hecho, o quizá con más entusiasmo, para recuperar el tiempo perdido.

Este verano se han celebrado en Mallorca más conciertos multitudinarios que nunca, las playas, terrazas, calles... todo está a reventar de gente, turistas y locales, han vuelto los besos, los abrazos y el sexo casual. ¿Mascarilla? Bueno, alguna vez, cuando entramos en el centro de salud o en la farmacia. ¿El gel hidroalcohólico? ¿Qué era eso? Ha pasado al olvido. Las teorías de los negacionistas no han calado en el grueso de la población, pero las indicaciones sensatas de las autoridades, tampoco. De ahí que la OMS registre quince mil muertes por COVID en una semana en todo el mundo. La tasa ha crecido un 35 por ciento, empujada por las nuevas mutaciones del virus.

Y pronto llegará el invierno, que propicia en los países fríos que la población se reuna en interiores, donde aumenta el riesgo de contagio, lo que hace temer que estos datos empeoren. ¿Se debe a que muchas personas no se han vacunado y sufren la infección de forma más grave? ¿A imprudencias? Si alguien deseaba, como dicen los conspiranoicos, reducir la población mundial, va bien encaminado.