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Durante buena parte de la historia, era casi inconcebible que la mujer compartiera el entorno laboral con el hombre. Lo hacían unas pocas y siempre estaban mal vistas en la sociedad de la ‘gente bien’. Hasta los años setenta, en nuestro país, una mujer podía tener un empleo remunerado, pero debía abandonarlo al casarse, para dedicar su tiempo y su atención a la casa y la familia. Así, niños, ancianos, discapacitados y enfermos eran territorio plenamente femenino, aparte de la limpieza, la cocina y la intendencia doméstica.

Solo fue en el último cuarto del siglo XX cuando esa mitad de la población empezó a sacar las patitas del tiesto para forjarse una carrera profesional, montar un negocio o engrosar el funcionariado público con total normalidad. El resultado de esta evolución social en los últimos cincuenta años es que la figura del ama de casa está en franca decadencia. Quedan menos de tres millones en España, dos tercios mayores de 55 años, frente a los nueve millones y medio de trabajadoras. Eso significa que la mujer camina con paso firme hacia la total incorporación al mercado labora, a pesar de que ellas soportan en un mayor porcentaje jornadas a tiempo parcial –para compaginarlas con la crianza de niños o atención a ancianos o enfermos en la familia– y con contratos temporales.

Esta semana se ha decidido la gratuidad de las escoletas para niños de dos a tres años en las Islas. La idea es facilitar la conciliación, especialmente para las madres trabajadoras. Una buena noticia que recibirán con alivio las mujeres que se plantean ahora la maternidad y que llega demasiado tarde para miles de mujeres que han tenido que sacrificar demasiado con tal de llevar adelante su idea de formar una familia.