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En una semana aciaga para los socialistas, el PSIB ha querido sumarse a la fiesta con la obligada dimisión del marido de la consellera de Salut y exdirector del IB-Salut, Juli Fuster, por un asunto en el que debió abstenerse por estar involucrada su propia hija. Hay que ver los problemas que arrastra esa familia con los asuntos de ídem. Todavía no nos acabábamos de creer que Patricia Gómez hubiera elegido a su pareja por ser el más capaz de los mortales, cuando salta otro caso con humo de posible nepotismo. Los hay que tropiezan siempre en la misma piedra, como Julio Iglesias.
Pero, como impulsados por un resorte, y a la voz de ¡ar! de Francina Armengol, todo el socialismo balear salió a la palestra para loar la ejemplaridad de don Juli.

La política ha prostituido hasta tal punto el lenguaje y la ética pública que ya nos parece que dimitir no es la consecuencia lógica y debida de haber cometido un grave error causante de perjuicios a terceros o beneficios a propios, sino que se ha convertido en sí mismo en un acto ‘ejemplar’. ¡Qué tío, si será honesto que hasta dimite! Lo que cuenta no es desempeñar el cargo de forma intachable, sino mostrar, al irse, una ejemplaridad póstuma.

Bajo esta lógica de alabanza como estrategia publicitaria para encubrir la causa de la dimisión, habremos de concluir que el colofón ideal a toda la vida de servicio público de cualquier cargo político que se precie solo puede ser ese, una dimisión y, además, a portagayola. Dejadme solo, que dimito. Olé tus atributos, valiente.

Pero este caso, amados lectores, tiene más enredos que una película de chinos –al menos, de las de mi época– porque hay demasiadas preguntas sin responder. La primera es por qué algunos medios se empeñan en atribuir a la abogacía de la CAIB la interposición de un recurso inexistente. Quien recurrió, primero en alzada y luego ante el TSJ, fue la persona excluida del concurso oposición para la adjudicación de plazas de especialista médico en el que intervino Fuster pese a la participación en el mismo de su hija. La abogacía de la CAIB y su directora, sobre la que se vierten toda clase de disparates por parte de sectores del Govern, se limitó a sostener un acto administrativo indefendible –algo bien habitual–, porque era flagrante el incumplimiento del director general del IB-Salut de su obligación de abstenerse.

Otra de las preguntas que sugiere este asunto es a qué se dedica Cristóbal Milán al frente de la mal llamada Oficina Anticorrupción. Pues todos los indicios apuntan que se dedica a exactamente lo mismo que su predecesor, Jaime Far, es decir, a dejar que el tiempo pase y a que su cargo se fosilice y ya no llame la atención de nadie, solo que Milán le pone más ahínco al asunto, si cabe.

El saldo de escándalos de corrupción destapados por la Oficina tiende a cero –cero absoluto, en el caso de asuntos en los que estén involucrados socialistas–, de manera que su valor intrínseco es infinito. Me explico, para los de letras. Si la Oficina cuenta con 21 millones de euros de presupuesto y los casos relevantes destapados son cero, solo hay que aplicar la regla matemática de que cualquier número dividido por cero es igual a infinito, y ya está. Por infinitamente tontos es por lo que nos toman a los ciudadanos.