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Parece un chiste que haya personas contrarias a que las grandes empresas energéticas y la banca paguen más impuestos. Ojo, que tampoco será para siempre, solo se les está pidiendo un pequeño esfuerzo adicional en estos tiempos convulsos. La sociedad se ha vuelto tan ridícula, que millones de obreros rechazan con sus votos la subida del salario mínimo y discuten airados el «abuso» de gravar impositivamente a estas megaempresas que acumulan beneficios pornográficos en un país que se desangra. Hay muchos modos de crear pobreza, pero no tantos para crear riqueza. La clave de un país rico –rico de verdad, no en materia prima, que esos son todos pobrísimos– es la igualdad. Y nada más.

Siempre habrá elites, por supuesto, millonarios que gozan de unos privilegios hasta esperpénticos –grifos de oro, colecciones de coches de lujo y de vestidos de alta costura...–, pero en los países ricos aparte de esa elite que vive en otro mundo paralelo, la inmensa mayoría de la población vive bien, con un alto nivel de seguridad, confort, cultura, educación y oportunidades. No son muchos estos países, por desgracia, porque en demasiadas ocasiones el que alcanza el poder se deja arrastrar por las redes de la corrupción para beneficiar a los de siempre a cambio de subirse él mismo al carro de los privilegios ostentosos.

Sin embargo, la fórmula parece sencilla: buenos salarios, cultura, buena sanidad y educación, buenos transportes y conexiones. Con todo eso los ricos seguirán ganando muchísimo dinero –si son empresarios con talento–, y sus obreros dispondrán de lo suficiente para consumir y mantener abiertos esos negocios rentables. Y si todos pagan altos impuestos, ya obtendremos la cuadratura del círculo.