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Había socialistas en las concentraciones que el 13 de julio han recordado el vigésimo quinto aniversario del salvaje asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco. También muchos socialistas acompañaron la angustia de los ciudadanos que en la plaza de Cort esperaban el desenlace del secuestro del concejal vasco hace veinticinco años y compartieron la rabia por los dos disparos en la cabeza que segaron su vida. Y se pintaron las manos de blanco y gritaron ¡Basta ya!

Pero no hay ningún socialista de Baleares en la relación de firmantes del Manifiesto contra la Ley de Memoria Democrática perpetrada por Pedro Sánchez con el apoyo entusiasta de Bildu, «expresión actualizada de quienes (…) utilizaban la violencia terrorista como método sistemático de actuación sin que el citado grupo aún no haya formulado una condena expresa de aquellos crímenes», se lee en el manifiesto, impulsado por reconocidos militantes socialistas y personas procedentes de otros idearios: «No aceptamos que el pacto constitucional sea objeto de una tergiversación injusta y ajena a la verdad histórica».

Tan lacerante ausencia puede responder a diversas razones: el ejercicio del poder se ha convertido para los socialistas en sinónimo de laxitud en los principios; Francina Armengol es la abanderada de la doctrina frentista que inauguró Rodríguez Zapatero con los «cordones sanitarios» contra el centro derecha que ha perfeccionado Sánchez hasta el extremo de pactar sin ningún reparo con los grupos que quieren desmantelar la Constitución, con los que en el debate del estado de la nación ha reafirmado su alianza de extrema izquierda; la destreza en la doblez que les permite manifestar con rostro compungido que no debe permitirse el olvido del crimen de Miguel Ángel Blanco al mismo tiempo que se proclama que ETA ya no existe.

Puede haber todavía otra causa: la falta de personalidades que han protagonizado momentos ejemplares del socialismo balear como quien fuera ministro y presidente de las Cortes, Félix Pons Irazazábal (1942–2010) que en su momento, al frente del Congreso, puso en su lugar a los diputados radicales que pretendían soslayar el acatamiento a la Constitución mediante variadas piruetas verbales; o Andreu Crespí Plaza (1943–2020), prestigioso profesional que desarrolló una prolongada trayectoria –en 1996 recibió la Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio–, que en 1999 se negó a participar del enjuague entre el PSOE y Unió Mallorquina y renunció a presidir el Parlament solo durante unas semanas para guardar el cargo al siguiente presidente que había correspondido en el reparto al partido regionalista. Son únicamente dos muestras de las muchas que generó la Transición, en el socialismo y en otros partidos, personas que no quisieron rehusar a la ética por la comodidad de la moqueta. En la actualidad, en el sanchismo, como exponente de toda la izquierda, parecen ir por delante de los principios que identificaban una ideología los despachos con aire acondicionado en verano y calefacción en invierno. Refiriéndose a los pactos de Pedro Sánchez, el maestro Luis del Val ha escrito que «el egoísmo y el poder pueden llevar a la indignidad». Por la concordia y en defensa de la Transición, como se titula el manifiesto, habrá que recuperar un clamor: ¡Basta ya!