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No escribiré lo que me propongo escribir para aminorar ninguna gravedad, sino para centrarla. Me refiero a la sensación de crisis que sentimos, la crisis de nuestra propia agrupación. Lo que deberíamos dar por cierto es que difícilmente encontraríamos una agrupación, una institución o una ideología que no estuviera sumida en ella. A lo mejor, solo salvaríamos una institución, la del capitalismo; desde que nació, nunca ha caído en crisis letal, ha sobrevivido a muchas y ha provocado muchas otras; este sistema parece tragarse todas sus adversidades, de ahí su obesidad.

Si es el profesor quien dice al periodista que la educación está en crisis, recibe como respuesta: y la comunicación, también. Si es un cura quien confiesa que la iglesia está en crisis, el matrimonio que lo acoge le responde: y la familia, igual. ¿Hace falta aludir a la situación de la sanidad, la pareja, el medio ambiente? Asumir que todos estamos sumidos en crisis no es consuelo de tontos, es contextualizar la magnitud. Para evitar una lapidación, se dijo: «Quien esté libre de pecado que eche la primera piedra».

Para evitar nuestra común hecatombe, cabría decir: «Quien esté libre de crisis que eche la solución». Una sola cosa es indudable: o nos salvamos en racimo o cada grano seguirá pudriéndose. Lo nuestro, anuncia ya metástasis.