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Cualquier sitio donde permanecen en pie los molinos del pasado nos resulta ahora pintoresco y atrae a los turistas, que se hacen selfis frente a ellos, encantados de poder compartir esas imágenes en sus redes sociales. En cambio, los molinos del siglo XXI, que son esas torres altísimas que a veces vemos cuando viajamos a otros sitios, se descartan casi de inmediato cuando se plantean alternativas energéticas en las Islas. Opinan los ecologistas que esas estructuras son feas, quizá en siglos pasados hubo quien lamentó la construcción de molinos tradicionales porque afeaban el paisaje, aunque eran más prácticos y hacían lo que tenían que hacer, lo que era necesario en ese momento. Ahora el conseller Yllanes viaja a esos lugares con menos remilgos para buscar soluciones.

Mientras dependamos energéticamente del resto del mundo tendremos potencialmente problemas. Ya hemos visto lo que ha pasado con Rusia, Marruecos y Argelia. Se ve que la diplomacia no basta. Y ya que nadie parece partidario de resucitar las centrales nucleares, una buena opción parecen ser las solares, eólicas y las que aprovechan la fuerza de las mareas. En Balears, por suerte, tenemos de sobra horas de sol, mar y viento. Pero, ay, también voces en contra que hacen prevalecer la estética por delante de cualquier otro argumento. Por eso Yllanes dice que nunca se construirán parques de molinos en el mar, sino algunos aislados o quizá en pequeños grupos. No sé qué tanto teme estropear este hombre.

Quizá hace mucho que no va a la playa, porque en cualquier cala o arenal de Mallorca, en verano, lo que se ve no es el horizonte, sino un bosque de embarcaciones recreativas taponando la vista. Y esos no generan energía, sino polución, molestias y fealdad.