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Un día de estos me levanté con ganas de comerme el mundo hasta que vi el suelo de casa y no me quedó más remedio que agarrar la escoba y barrer. Cuando terminé de quitar el polvo ya no me quedaron fuerzas para comerme el mundo y me senté a ver la tele. Me suele pasar de vez en cuando, sobre todo cuando tengo libre. El otro día me tragué una reemisión de curling, ese deporte que se parece a la petanca y que consiste en que unos participantes van haciendo camino a la piedra de granito que se desplaza sobre el hielo.

Quedé hipnotizado. Tenía libre y me acomodé en casa alertado por la ola de calor, con el ventilador al lado y una botella de agua fresca. Me asustan mucho las olas de calor y son una excusa perfecta para no salir del comedor. Al cabo de media hora me di cuenta de que la tele estaba en silencio. También el móvil, donde tenía ya media docena de llamadas perdidas y otros tantos mensajes de Whatsapp. Ninguno importante. Respondí a los más urgentes con el típico emoji del pulgar hacia arriba. Te saca de muchos líos eso del pulgar hacia arriba y de paso das la información precisa que requiere el comunicante.

Cuando vienen las olas de calor hay que administrar las fuerzas incluso a la hora de mandar mensajes. Puse uno de esos canales donde aparece un periodista dando las mismas noticias en bucle y la primera fue también sobre la ola de calor. Puse un poco de volumen y el señor en cuestión me dijo que no saliera de casa si no era necesario. No tenía intención de hacerlo, pero el presentador terminó de convencerme. No sé ustedes, pero a mí me gustaban los veranos de antes, cuando no estábamos tan pendientes de las olas de calor. Ahora cualquiera se atreve a poner un pie en la calle.