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A Elon Musk ya le había dedicado algún artículo antes, porque el tipejo parece salir de alguno de los cuentos aterradores de Dickens que retratan lo más oscuro de la era victoriana. En aquel momento, antes de la pandemia, promovía la idea de trabajar ochenta horas semanales para sacar adelante sus delirantes proyectos de fundar una colonia humana en Marte.

El mundo ha cambiado bastante desde entonces, pero este sigue erre que erre, mientras millones de compatriotas suyos protagonizan ‘la gran renuncia’ porque no aguantan la vida convertida en sinónimo de esclavitud y plantean si no habrá otras formas de vivir más sencillas y satisfactorias. Ahora que la pandemia parece haber quedado atrás, el tipo dice que se acabó eso del teletrabajo en sus empresas, que solo es aceptable si algún empleado quiere conectarse a la empresa a seguir trabajando después de haber hecho el ‘mínimo’ de cuarenta horas cada semana en la oficina.

A raíz del comentario, se ha filtrado que en sus fábricas de Shanghai, donde se montan sus coches eléctricos, los trabajadores han permanecido seis meses encerrados allí –durmiendo en la factoría– para currar doce horas diarias durante seis días semanales. Lo terrible es que a gentuza como esta la convertimos en líderes mundiales, en auténticos influencers que crean corrientes de opinión. Lo que deberíamos hacer todos es tomar nota y reírnos en su jeta cada vez que alguien pretenda que compremos uno de sus coches o cualquiera de los productos que desarrolla bajo esas condiciones que no tienen otro objetivo que seguir acumulando dinero, a pesar de que ya es el hombre más rico del mundo.