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Guy de Maupassant (1850-1893) ponía estas palabras en el diario de uno de sus personajes que si en aquel tiempo lejano (1886) movían a reflexión, podrían aplicarse fácilmente al día de hoy: «Fiesta de la República. He paseado por las calles. Los petardos y las banderas me divertían como a un niño. Y sin embargo es muy idiota estar contento, en fecha fija, por decreto del gobierno. El pueblo es un rebaño imbécil, unas veces estúpidamente paciente y otras, ferozmente rebelde. Le dicen: Diviértete.

Y se divierte. Le dicen: Vete a luchar contra el vecino. Y va a luchar. Le dicen: vota por el emperador. Y vota por el emperador. Y luego le dicen: vota por la República. Y vota por la República. Los que lo dirigen son igual de tontos; pero en vez de obedecer a unos hombres, obedecen a unos principios, los cuales no pueden ser sino necios, estériles y falsos, por el mero hecho de ser principios, es decir, ideas tenidas por ciertas e inmutables, en este mundo donde nadie está seguro de nada, puesto que la luz es una ilusión, puesto que el ruido es una ilusión.» ¿Qué nos dice el literato francés, con todo esto, desde su personaje de El Horla? ¿Qué solo con una madurez de criterio seremos capaces de no engañarnos y anularnos al recorrer, pobres, la ruta de las masas? Hace muchos años, cuando aquí todavía no se votaba en los comicios multipartidistas, aparecía en la prensa francesa un gran anuncio oficial que decía: ‘Votez! Ou l’avenir se fera sans vous.’ Es decir. Vota o el porvenir se hará sin contar contigo. Pero pocas veces hemos podido salir de un subjetivismo prosaico al ir a las urnas…

Y sin embargo el voto que podamos cumplimentar tiene alcances insospechados, daños inimaginables, dudas del antes y el después, caprichos de un día y somnolencia de una noche, indiferencia a la hora de extender una especie de cheque a alguien que no conocemos de nada… Pero es el sistema. Lástima que el sistema tenga tantas trampas y tantos trucos. Se ha dicho siempre, hecha la ley, hecha la trampa. O el pez gordo se come al pequeño. Hace años, un librero que en gloria esté, me dijo: «Fíjate en lo hipócrita que es nuestra sociedad bien pensante: Un hombre público no es lo mismo que una mujer pública». Así era por aquel entonces. ¿Y ahora mismo?