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Esta, seguramente, será la frase con la que se recordará al rey emérito y con la que pasará a la Historia. Sin duda será también una frase digna del epitafio de quien ha hecho de la impunidad su bandera y de la desfachatez su blasón. Digno final para quien asumió la jefatura del Estado de la mano ensangrentada de un dictador, colofón insuperable de un hombre al que los medios alejaron de la realidad de su país y a su país de la realidad de sus tejemanejes corruptos y fraudulentos. A él, esos medios y su camarilla de amigos le hicieron creer que era el padre de nuestra democracia, el salvador patrio de un país maltrecho tras cuarenta años de dictadura. Nos lo vendieron como el héroe que frustró el golpe de Estado de Tejero y compañía, como ese rey bonachón y campechano que mantuvo nuestra democracia a salvo de todo y de todos. La impunidad y la prescripción han impedido que la Justicia pueda juzgarle; la ley de secretos oficiales que hasta dentro de no se sabe cuántos años podamos conocer lo que realmente pasó la noche del 23-F.

Que hoy, cuando atisbamos a conocer el dinero que ha escondido durante décadas en paraísos fiscales o intuyamos el origen fraudulento de su fortuna, tenga la cara dura de responder a la legítima pregunta de una periodista sobre las explicaciones que merecemos con esa emblemática frase «¿Explicaciones de qué?» y lo que es peor, con el «Ja, ja, ja» que se le escucha soltar acto seguido en el coche riéndose de todos los españoles, ha puesto punto final a la historia de desvergüenza y picaresca que ha marcado indeleblemente su reinado. No deja de ser significativo que hoy responda así quien, hace solo unos años, nos pidió perdón a todos por haber asesinado a un elefante. En su escala de valores parece ser más importante aquel elefante de Bostwana que todos los elefantes que ha tenido en las habitaciones de cuantos palacios ha habitado, aquí o en Abu Dabi.

Significativo es también ver a un puñado de fanáticos hooligans aplaudiendo y vitoreando a quien les ha robado durante años, y a esos políticos que, como tantas veces, se escudan en el obligado silencio de la ley para negar lo que la ética y la moral claman a voz en grito. Y también muy significativo es recordar los nombres de los barcos que este amante del mar y la buena vida ha patroneado a lo largo de todos estos años: ‘Fortuna’ y ‘Bribón’. Quizá la camarilla de amigotes y aduladores que le han reído sus gracias le regalarán pronto otro barco que bautizaran, en su honor, con un nombre digno de tan ilustre señor: ‘Ja, Ja, Ja’.