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Después de tres años de pandemia, que ahora empecemos con el acoso de la viruela del mono parece un mal chiste, lo mismo que enterarnos que el emérito ande de regatas por tierras tan peperas como Sangenjo como si no hubiera pasado nada; ahí lo tenemos, campeando por el proceso mar gallego, probablemente con faldas y a lo loco, como le es habitual. Somos un país tan chistoso que oímos a la señora Cospedal hablar tan poco eufemísticamente de laminar a Bárcenas, y a quien falta hiciera, y no hay juez al que se le mueva un pelo del bigote. Y es que no pareamos, si no que se lo pregunten al Gobierno marroquí, que sabe hasta el tipo de mermelada con que Sánchez suele untar la mantequilla de su rebanada matutina.

Más chistes. Según los últimos datos del INE, en el último año se han comprado en el país 482.066 viviendas usadas, más de de las que se compraron en la cúspide de la burbuja inmobiliaria. Asombroso. El chiste se explica, naturalmente, por la relación inversa entre los salarios y el precio de los alquileres y la escasísima oferta de viviendas de protección oficial, a lo que también se añade el que los bancos pronto empezarán a cobrarnos intereses por guardar y especular con nuestro dinero, con lo que la compra de vivienda se constituye en una de las inversiones más rentables.

Tanta demanda dispara los precios de compra hacia la estratosfera y en estos momentos resulta ya más utópico que un trabajador o una trabajadora se pueda comprar un piso que extirpar de una vez el quiste de los Borbones de este país.