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Diversificar la economía balear, cambiar el modelo de crecimiento, decrecer e ir hacia la sostenibilidad. Estos y otros conceptos aparecen, día a día, en textos, declaraciones de políticos y expertos, organizaciones empresariales y sindicales y movimientos sociales. Sin demasiadas concreciones. Todo el mundo parece tener claro el diagnóstico, que descansa en la noción de una cierta saturación de la economía turística y la necesidad de repensar la pauta de crecimiento, algo que, entonces, sí abre un abanico de proposiciones opuestas. Desde los sectores empresariales, en general, la idea de mantener la misma pauta de crecimiento turístico, especializado, incorporando las modulaciones necesarias para hacerlo más «sostenible». Desde las formaciones sindicales, la visión de preservar puestos de trabajo y mejorar su calidad para huir de la precariedad laboral.

Desde el ecologismo, la idea de ir hacia un decrecimiento, teoría que tiene amplia bibliografía académica; pero faltan análisis de casos prácticos que faciliten mejor su comprensión. Y desde las administraciones públicas, la perspectiva de transitar hacia otra pauta de crecimiento ha ido cuajando, sobre todo en ejecutivos progresistas, haciéndose eco de argumentos y propuestas propias y ajenas. Por su parte, los expertos preconizan igualmente la importancia de incidir en un cambio de modelo, si bien no todo el mundo se encuentra cómodo con esta acepción.

Disponemos diríamos que de cientos de páginas de diagnosis, de reflexiones teóricas, de ideas más o menos luminosas, de aportaciones que siempre pretenden decir algo nuevo en todo este panorama. Y que en muchas ocasiones parecen disponer de las palancas adecuadas para conseguir el milagro: modificar la forma de crecer. Todas estas contribuciones acaban por agradar, sobre todo, a quien las formula, que entra dentro de un cierto narcisismo intelectual.

Todos hemos incurrido en dicho planteamiento: siempre es más confortable lanzar ideas, documentos, datos y argumentaciones de todo tipo desde las particulares barreras profesionales, que enfrentarse a la cotidianidad de la economía real, en los puentes de mando: cuando se debe decidir, priorizar, asignar un recurso escaso que seguramente deberá detraerse de una finalidad que, seguro, otro interlocutor considera crucial.

Se trata de los costes de oportunidad y, por extensión, costes de transición, que con frecuencia se olvidan. Porque un modelo de crecimiento no se cambia de forma abrupta, ni se formula por decreto. La historia económica enseña que las pautas de crecimiento son graduales, evolutivas, y suponen resistencias tanto en las estructuras productivas como en las sociales y culturales.

Con demasiada frecuencia se ha pretendido que, con la irrupción de gobiernos progresistas, se transformen los modelos productivos de forma acelerada, rápida, como si la economía fuera un laboratorio en el que, mezclando las sustancias adecuadas, se obtiene el producto final que queremos. Eso es estar lejos de la realidad económica. Hay que pasar de la diagnosis a la política económica, sin falsas expectativas. Con la convicción de las ideas.