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Las elecciones francesas suelen dar para mucho, tanto que siguen reteniendo la atención de quienes entienden en política, incluso de otros países. Así, es difícil que pasen unos días sin que se hagan públicos estudios acerca de diversos aspectos y reacciones del electorado francés ante las urnas. Puestos a fijarme en alguno, lo haré en el estudio llevado a cabo por la Fundación alemana Friedrich Ebert, de orientación más o menos cercana a la social democracia.

Y más concretamente en ese desenvolverse que tienen los partidos de extrema derecha en el marco de las distintas democracias. Se puede decir que dos situaciones se imponen: en primer lugar, y a diferencia de lo que ocurría en un pasado aún muy próximo, la ultraderecha convive relativamente bien en el marco de la democracia, asumiendo en cada país perfiles diferentes; lo que nos lleva a una segunda conclusión, y es que la ultraderecha, similar en ideario y propuestas en unos y otros países, difiere sustancialmente en su electorado. La razón por la que la extrema derecha reclame una mayor atención, hay que fijarla en ese 41 % de los votos que obtuvo Marine Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales, con independencia de que fuera, o no su mejor marca.

El votante ultra francés mantiene posiciones antinmigración y de euroescepticismo, algo que le hermana con sus iguales de otros países. Le Pen ha girado hacia un nacionalismo que casa bien con su tradicional xenofobia, lo que le ha permitido ampliar su base electoral, especialmente entre los más jóvenes. Mucho me temo que va a sobrar tiempo para seguir hablando en otras ocasiones de esa ultraderecha que avanza en Europa.