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No he calculado cuanto tiempo hace, pero hace mucho ya… que leíamos un tebeo, hoy diríamos ‘cómic’, de nombre DDT, ya desaparecido; que tenía una sección titulada ‘Diálogo para besugos’. Se trataba, como puede inferirse del título, de una conversación en forma de diálogo. Era en clave de humor surrealista y sarcástico. Cada ‘besugo-interlocutor’ se afanaba en ser el más agudo. Cada uno preparaba sus recursos dialécticos para cuando fuera su turno. Porque, aunque a primera vista pudiera parecerlo, ninguno de los sedicentes dialogantes se preocupaba de responder a lo que su interlocutor planteaba. Cada uno, en sus intervenciones, hacía como si respondiera a lo que le había endiñado su interlocutor. Pero no era así, en realidad no contestaba nada, hilvanaba para responder, lo que le daba la gana, sin parar mientes en que las preguntas y las respuestas tuvieran una mínima coherencia entre sí. Ya que, si acaso la tuviera, habría sido por pura casualidad. Como ocurre en la fábula del asno al que le sonó la flauta gracias al azar; por supuesto. Ahora esos diálogos ya no están donde estuvieron.

Ahora no se dan en el cómic, pues ya no existe, sino en la realidad. Han salido del tebeo para instalarse en la sociedad. Incluso en el Parlamento. Si bien con ciertas diferencias. Aunque no se produzcan en clave de humor, pueden llegar a dar risa de pena, y cuando quieren trascender el surrealismo fatigado, pasan al realismo escatológico. La diferencia está en que, a veces los interpelados, airados, visible o invisiblemente, en función de quien es ‘el caballero que les acomete’ no quieren simplemente responder, pronunciando entonces los puntos suspensivos en silencio... Solo responden a los amiguetes porque no les despeinan… Aquellos besugos del DDT tenían su honor.

Ahora, en el oficio de la política se dan también aquellos arquetipos, y esos diálogos. Especialmente cuando se pretende no dar la cara aparentando que se da. Cuando pretenden esconderse de unos y otros o de sí mismos. Al estilo de: «dónde se esconde usted»; «pasado mañana es jueves…» Dirán que contra el vicio de preguntar está la virtud de no responder. Es lo que ahora sucede y se llama método Ollendorf, que no es sino la nueva versión de los diálogos para besugos: «Buenos días», «Buenas tardes» «Qué hora es» «Manzanas traigo». Y, superándolo todo: Al preguntar el diputado Equis al presidente Sánchez por el aumento del precio de la energía, el presidente Sánchez le responde refiriéndose a la perspectiva de género. Daría risa si no fuera patético.