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Siempre me ha gustado entrevistar a la gente. Adoptar el papel de aquel que escucha, atentamente, con todos los sentidos alerta para captar al otro. Me encanta que me expliquen historias. Prestar atención a las palabras, pero también a los gestos, porque el cuerpo habla. Fijarme en la mirada de los demás, porque los ojos tienen un lenguaje propio que corrobora, matiza o transforma por completo nuestro discurso. Durante algunos años, publiqué una entrevista semanal en este periódico. Me recuerdo por aquel entonces llena de curiosidad, grabando primero y transcribiendo después largas conversaciones. Me reunía con mis entrevistados en cafeterías del centro, y a veces se me pasaban las horas en el placer de escuchar.

He hecho muchas entrevistas en radio y televisión que me han permitido descubrir personas interesantes, a veces próximas a mi mundo y a mis inquietudes. Otras veces situadas en las antípodas de mi universo vital, quizás por eso mismo muy gratificantes. Puede que la habilidad de una entrevista se base en su autenticidad. Es decir, quien entrevista debe de sentir curiosidad por el ser humano, incluyendo sus contradicciones, misterios, debilidades y grandezas. Si no preguntamos con ganas, no recibiremos respuestas auténticas. Si no nos atrevemos a asomarnos en el pozo del alma de alguien, es probable que no alcancemos a vislumbrarla.

Estas semanas, en las que he regresado a las entrevistas en formato televisivo, he corroborado lo que ya sabía: las buenas entrevistas se convierten en conversaciones. Quien entrevista no tiene que dejar de lado nunca la actitud humilde, el deseo de aprender del otro. Sin embargo, entrevistar es crear un juego de preguntas y respuestas que se escapan a menudo de cualquier guión preestablecido. Son magníficas aquellas entrevistas en las que nos absorbe el relato hasta tal punto que improvisamos cuestiones, hacemos comentarios, nos emocionamos con la otra persona, mientras intentamos que surjan sus secretos, atisbos del alma. Mientras he entrevistado a alguien a quien no conocía, he participado de su vida. Es algo difícil de explicar. Las palabras que provocamos con nuestras preguntas pueden ser tan intensas que nos aporten formas nuevas de observar el mundo.