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ACTO 1: No ha levantado demasiado revuelo ni indignación el espionaje Pegasus a los independentistas catalanes (y quién sabe a quién más). Siempre volvemos a Martin Niemöller: «como yo no era independentista, no protesté».

ACTO 2: El portal de noticias Russia Today ha sido bloqueado en internet para los ciudadanos occidentales. Que Rusia también lo haga no nos hace mejores. Algunos países centroeuropeos barajan multar con hasta 50.000 euros a quien difunda vídeos o noticias de Russia Today y Sputnik. Cabe suponer que, a este ritmo, pronto habrá multas y cárcel por ser anti-OTAN. La televisión emite sus dos minutos de odio diarios, ahora ampliados y mejorados respecto a la novela de George Orwell a cuarenta minutos en cada noticiero. Es la información como arma de guerra.

ACTO 3: Estudiantes universitarios rusos, sin culpa de nada y que estaban de intercambio educativo/cultural en Europa, han sido expulsados de universidades de Francia, Chequia, Bélgica y España (en este último caso, en concreto, de la Universitat de València). Me imagino la cara (y el ánimo) de los chavales cuando los echaron.

ACTO 4: Julian Assange, ya casi muerto, cuando menos hundido psicológicamente para lo que le quede de vida, va a ser extraditado a EEUU, donde puede ser condenado a cadena perpetua e incluso a muerte por decir la verdad sobre los crímenes de Estado. Ser un convencido defensor del capitalismo no le ha salvado. De nuevo Niemöller.

Cuanto más nos hablan de libertad y Estado de derecho líderes y medios, más sospechosos resultan. La libertad ya no consiste en poder informarte donde quieras, como adultos libres, ni en la intimidad y privacidad de las comunicaciones personales, antaño sacrosantas y que son un cachondeo desde la llegada de la digitalización; ni tampoco en ir a estudiar al país y la universidad que quieras, y mucho menos investigar, descubrir y denunciar los delitos y abusos del poder, como en los tiempos del ‘caso Watergate’ (lo que antes valía un Pulitzer ahora cuesta la cárcel o la vida).

La libertad, al parecer, se reduce hoy estrictamente a la de emprender negocios, cobrar comisiones, pagar pocos impuestos y, si no he entendido mal a ciertas líderes políticas abanderadas de la nueva libertad, a la de beber cervezas en Madrid sin encontrarte con tu ex en un atasco.